domingo, 19 de abril de 2015

Progresando que es gerundio





El progreso  es una entelequia (irrealidad), una palabra vana, con la que suelen llenarse la boca aquellos que la pronuncian, para engañarnos a los ciudadanos.

Los que mandan, o sea el capital carroñero, empujados por su deseo de poder, anulan su conciencia, si es que la tienen, hasta satisfacer el deseo imperioso de ganar, ganar y seguir apoderándose de todo lo que se les antoje.

También el progreso, como palabra, puede mover el mundo. Es como una oportunidad de ilusión, quizá una utopía que encarne lo mejor de un país, a lo que aspiran todos los ciudadanos, hasta los más desvalidos. Esto es, a poder comer, a la educación de los hijos, a la libertad y la justicia, a la igualdad en derechos y deberes…

Pero la prosperidad no es admisible si en su nombre se esquilman los frutos del río de la vida.

A los cerebros “primarios” les mueve la ambición, la astucia y un deseo desordenado. No tienen escrúpulos y para especular se rodean de mentes privilegiadas, y así los mercaderes del dinero o de la política, sea esta democrática o no, se han hecho con el control del mundo. El dinero es apátrida y los grades “tiburones” de la pasta, lo mismo aplastan países que los encumbran, depende de qué manera ganen más.

A los países democráticos les compensan con la parodia de las urnas, para que los ciudadanos nos creamos aquello de”la democracia os hará libres”. Pero al líder elegido le limitan el poder económico, por ejemplo, poder subir el salario más del 2 %, cuando la inflación ha alcanzado el 3 o 4 %. Y esto siempre dentro de unas coordenadas marcadas por la patronal, quise decir capital. Esto  en el llamado primer mundo.

En el tercero, los mercaderes tienen a sus “títeres” y allí no necesitan sutilezas para gobernar. El capital que consiguen se lo reparten entre las élites del país en cuestión, que serán un tanto por ciento escaso, y los ciudadanos de a pie, se comen los codos o emigran como esclavos voluntarios. Para hacer más rico  al capital, éste admite el regalo, y nos avisa a los autóctonos, veis cuantos son y que barato trabajan, ¡ojo al parche! Aún podéis ir a peor.

Hombre, es verdad  que  en los últimos 30 años hemos progresado, vivimos la mayoría más desahogados, pero eso no nos ha dado ni más alegría, ni mayor ilusión, sobre todo, la cultura, igual que el dinero, no se reparte a todos por igual.

Somos una sociedad de autómatas que busca desesperadamente una flecha que le indique la dirección correcta. Y la única flecha clara que vemos, es la que nos conduce a la sociedad de consumo. Y metidos en esa maraña de condicionantes de todo orden, pienso que, día a día,  nos adentramos más en el cepo que amaga con atraparnos entre sus gigantescos dientes.

Por medio de la propaganda, la publicidad, la organización, los mass-media, la planificación y los controles de todo tipo, amenazan con hacer del ser humano, un ser a la carta, que trabaja, consume y obedece.

La estructura social amonesta con desplazar de la escena a su primer actor, al ser humano. Ha sido la sociedad la que ha implantado en la conciencia de sus miembros los valores, las ideas, el lenguaje y en definitiva la cultura con la que se amasa la personalidad básica del individuo.

La falta de cultura, lleva consigo la falta de desarrollo del lenguaje.

Una manera rudimentaria de pensar, se representa de manera acusada en determinadas zonas donde la superstición y el prejuicio encuentran terreno abonado para el desarrollo de la ansiedad y de la incertidumbre, frente a un futuro insidioso y efímero, y que, por supuesto, suele darse más en clases bajas, donde en la precariedad, la falta de cultura y de dinero, es donde se provocan los cambios.

El progreso sería bueno si fuera igualitario y sostenible. Pero el ser humano es avaricioso y no se conforma con lo suficiente. Somos una sociedad enferma, que corrompe y extermina todo lo que toca. Y es, que con tanta “civilización”, si rascas un poco, encontrarás en cualquier mente pulida por la ciencia, a un cromagnon cualquiera.


QUIRÓN


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