El
progreso es una entelequia (irrealidad),
una palabra vana, con la que suelen llenarse la boca aquellos que la pronuncian,
para engañarnos a los ciudadanos.
Los
que mandan, o sea el capital carroñero, empujados por su deseo de poder, anulan
su conciencia, si es que la tienen, hasta satisfacer el deseo imperioso de
ganar, ganar y seguir apoderándose de todo lo que se les antoje.
También
el progreso, como palabra, puede mover el mundo. Es como una oportunidad de
ilusión, quizá una utopía que encarne lo mejor de un país, a lo que aspiran
todos los ciudadanos, hasta los más desvalidos. Esto es, a poder comer, a la
educación de los hijos, a la libertad y la justicia, a la igualdad en derechos
y deberes…
Pero
la prosperidad no es admisible si en su nombre se esquilman los frutos del río
de la vida.
A
los cerebros “primarios” les mueve la ambición, la astucia y un deseo
desordenado. No tienen escrúpulos y para especular se rodean de mentes
privilegiadas, y así los mercaderes del dinero o de la política, sea esta
democrática o no, se han hecho con el control del mundo. El dinero es apátrida
y los grades “tiburones” de la pasta, lo mismo aplastan países que los
encumbran, depende de qué manera ganen más.
A
los países democráticos les compensan con la parodia de las urnas, para que los
ciudadanos nos creamos aquello de”la democracia os hará libres”. Pero al líder
elegido le limitan el poder económico, por ejemplo, poder subir el salario más
del 2 %, cuando la inflación ha alcanzado el 3 o 4 %. Y esto siempre dentro de
unas coordenadas marcadas por la patronal, quise decir capital. Esto en el llamado primer mundo.
En
el tercero, los mercaderes tienen a sus “títeres” y allí no necesitan sutilezas
para gobernar. El capital que consiguen se lo reparten entre las élites del
país en cuestión, que serán un tanto por ciento escaso, y los ciudadanos de a pie,
se comen los codos o emigran como esclavos voluntarios. Para hacer más
rico al capital, éste admite el regalo,
y nos avisa a los autóctonos, veis cuantos son y que barato trabajan, ¡ojo al
parche! Aún podéis ir a peor.
Hombre,
es verdad que en los últimos 30 años hemos progresado,
vivimos la mayoría más desahogados, pero eso no nos ha dado ni más alegría, ni
mayor ilusión, sobre todo, la cultura, igual que el dinero, no se reparte a
todos por igual.
Somos
una sociedad de autómatas que busca desesperadamente una flecha que le indique
la dirección correcta. Y la única flecha clara que vemos, es la que nos conduce
a la sociedad de consumo. Y metidos en esa maraña de condicionantes de todo
orden, pienso que, día a día, nos
adentramos más en el cepo que amaga con atraparnos entre sus gigantescos
dientes.
Por
medio de la propaganda, la publicidad, la organización, los mass-media, la
planificación y los controles de todo tipo, amenazan con hacer del ser humano,
un ser a la carta, que trabaja, consume y obedece.
La
estructura social amonesta con desplazar de la escena a su primer actor, al ser
humano. Ha sido la sociedad la que ha implantado en la conciencia de sus
miembros los valores, las ideas, el lenguaje y en definitiva la cultura con la
que se amasa la personalidad básica del individuo.
La
falta de cultura, lleva consigo la falta de desarrollo del lenguaje.
Una
manera rudimentaria de pensar, se representa de manera acusada en determinadas
zonas donde la superstición y el prejuicio encuentran terreno abonado para el
desarrollo de la ansiedad y de la incertidumbre, frente a un futuro insidioso y
efímero, y que, por supuesto, suele darse más en clases bajas, donde en la
precariedad, la falta de cultura y de dinero, es donde se provocan los cambios.
El
progreso sería bueno si fuera igualitario y sostenible. Pero el ser humano es
avaricioso y no se conforma con lo suficiente. Somos una sociedad enferma, que
corrompe y extermina todo lo que toca. Y es, que con tanta “civilización”, si
rascas un poco, encontrarás en cualquier mente pulida por la ciencia, a un
cromagnon cualquiera.
QUIRÓN
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