lunes, 11 de febrero de 2013

Reconocimiento


        Pertenezco a un colectivo que mantiene vivas mis inquietudes, tanto artísticas como personales.  Quizá tenga algunas carencias materiales pero desborda en ilusiones, emociones y ganas de superación. El que pinte a tu lado no es un contrincante ni un competidor. Es un compañero al que admiras si lo hace mejor que tú, en vez de envidiarlo malsanamente. Los logros de cualquier compañero son compartidos por todos y los fracasos, si es que los hubiere, repartidos entre el colectivo que te lo hace más llevadero. También se comparte el esfuerzo y el tesón, la ignorancia y el conocimiento, pero, sobre todo, se comparte la alegría, el buen rollo, la camaradería y, como en fuente ovejuna, todos a una ante las adversidades.

          
           Como se suele decir, somos pobres pero honrados. Poco a poco, como se hacen bien las cosas, y con los materiales con los que contamos, vamos realizando exposiciones y contratamos cursos para ampliar y mejorar nuestros incipientes conocimientos. Dejamos las labores ejecutivas, administrativas y representativas en manos de buenos amigos, que se esforzarán en hacer posibles los sueños colectivos, las salidas a lugares interesantes para pintar, los contactos con otras asociaciones, administraciones públicas y particulares, para la consecución de nuestros objetivos. Cualquier colectivista tiene el derecho inalienable de participar en dichas tareas.

         ¿Quién habló de vender cuadros? En nuestros estatutos no figura esta palabra en la exposición de actividades del colectivo. Nuestro fin primordial es la creatividad y el estudio de las artes plásticas. Es una posibilidad que sería aceptada cuando nos llegue, pero no es el camino, la meta o el premio. Nuestro mejor premio es realizarnos tanto en lo personal como en nuestras aficiones pictóricas. El camino es el esfuerzo por mejorar nuestras actitudes y aptitudes. No ponemos metas, porque eso podría poner freno a nuestros logros. Como observador, llego a la conclusión  de que, aunque cada uno seamos distinto del otro, nos esforzamos para que nuestros caminos individuales converjan en una gran autovía en la que cabemos todos y llegamos mejor a nuestro destino.


         De vez en cuando, y por creerlo necesario, hacemos terapias de grupo muy convenientes para limar asperezas, si las hubiere, acercar posturas e ideas y reconfortar el espíritu y el cuerpo, con alguna comida o salida lúdica. Somos el doble de hombres que mujeres, lo cual no es impedimento para que todos seamos seres humanos, con los mismos derechos y obligaciones. También es más enriquecedora la diversidad y la pluralidad y, siempre, más divertida por las controversias y sutilezas entre ambos sexos. No nos faltan los comentarios modestos, moderados y bienpensantes. Tampoco nos sobran las frases con doble sentido, las agudezas lingüísticas y las metáforas hilarantes que salpican las conversaciones del colectivo.

         Aunque somos jóvenes, tanto como asociación como de espíritu, aportamos una experiencia de muchos matices que, compartidos, van cerrando las lagunas y carencia individuales y conformando un colectivo fuerte, dinámico, sin fisuras y que conoce el camino que nos llevará hasta el futuro, sin renunciar al pasado.

         Tantas cosas podría decir de mi asociación que harían aburrida esta lectura. Pero afirmo una última: Podemos poner muchos adjetivos calificativos al colectivo, menos el de aburrido.

Rabo de lagartija

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