Hasta donde alcanza mi
memoria, siempre me ha gustado escuchar a las personas mayores contar sus
vivencias, tanto las vividas por ellos, como las que les llegaban de otros
compañeros de viaje por los senderos de la vida.
Conocer
sus vivencias me aporta el conocimiento de un tiempo vividos por ellos envuelto
en palabras, unas veces entre sonrisas, otras en melancolía, al recordar el
tiempo que ya no volverá.
Cada
mañana veo a un grupo de mayores que se reúnen
a las puertas del gimnasio. Unos días
para hacer gimnasia de mantenimiento, otros para andar en grupo, porque según les había recomendado
el médico les viene muy bien para la salud.
Entre
los componentes sobresale una mujer, a la que todos llaman Alegría, ya que por su manera de ser el nombre le viene
de perlas.
Alegría
tiene 83 años, según dice su DNI, pero viéndola llegar con paso ligero, con su
pelo peinado de peluquería, los ojos sombreados y sus labios pintados, hacen
pensar a quienes la ven que la edad que dice el documento de identidad no
corresponde con ella.
Cuando
ella se aproxima a sus compañeros les da los buenos días con voz cantarina que
hace volver todas las miradas hacia ella.
Cada
mañana coincido con el grupo de gimnasia
donde esta ella y aunque no es el mismo que el mío, esto no ha sido
ningún inconveniente para intercambiar algunas palabras y sobre todo conocer
más de cerca a la mujer de voz cantarina en las primeras horas de la mañana,
mientras dura la espera para entrar al gimnasio.
En un
día, allá en el tiempo, quizás se
acerquen a mí para que le cuente historietas, entonces abriré el libro invisible que guardo en mi mente y
les contare en ráfagas las historias que a mí me han
contado y las que yo he creado.
I R I S
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