sábado, 16 de diciembre de 2017

Martes de mercadillo





  Como cada martes, viene mi hija nada más dejar a su pequeño en la escuela, me recoge y nos vamos con el carro a comprar. El mercadillo está a rebosar. En los puestos se exponen las frutas y verduras con todo ese colorido que las adorna y las hace tan apetecibles a la vista como necesarias a la vida.

 Pero para entrar tienes que amoldarte al entorno, cosa nada fácil. Porque  el personal ya es en sí, insólito  y variopinto,  tiende a caminar despacio por la aglomeración que se forma en el pasillo entre los puestos así que no queda otra. Uno, sale del puesto y se planta en mitad del camino y los demás tienen que dar  el frenazo, por aquel se cruzó, una señora tira del perro que no se quiere mover, un par de ancianos se paran para mirar los precios, pero sin salirse del centro, porque,  aunque todos miramos los precios, algunos como nosotras vamos a caso hecho. Ese puesto determinado del que nos surtimos cada semana, aunque siempre hay cosas que mirar en otros puestos. Al final  uno más intransigente levanta la voz ¡pero bueno que pasa! ¡Quítense del medio coño!  ¡Así no voy a llegar a casa nunca! La gente se solivianta, protesta, pero poco a poco se deshace el nudo gordiano y fluye el circuito de lentos viandantes.

 El caminar por entre los puestos tiene su aquel. Ya que los ciudadanos llevan cada uno su carro y meten la cabeza para ver precios y productos, pero dejan el carro detrás. Me permiten por favor, les pide una señora, para poder pasar. Como nadie se mueve, coge la señora el carro lo pone delante y empuja los carros que cruzados le impedían seguir su camino. Y seguidamente  ¡Pero oiga!, cuantas prisas, eso se dice, pues anda con la señora que modales y bla, bla. Mi hija, sofocada por el griterío me dice, -Mamá que poca paciencia tienes trae el carro y mira a ver si encuentras pimientos verdes, pero gordos, no italianos, y me compras un kilo, mientras yo compro lo demás en el puesto de siempre. Así, cada una compramos por un lado-.  Y al seguir adelante,  del puesto de una gitana sale una voz en grito  que jalea sus ventas: “¡Eh, mujeres! Mirar todo lo que traigo hoy, todo a euro, todo barato, barato. Habéis visto mis tomates, las peras, señoras mirar que peras, si mejores no las vais a encontrar.  Te pongo un kilo  guapa, mira no pases sin comprar, que está todo fresquito y robadito de esta misma noche. Pues no ves que es todo a euro, señora todo a euro<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<.

 Un poco más adelante me encuentro a un conocido nos saludamos un momento y cada cual sigue su camino. Al final encuentro un puesto que tiene los pimientos, pero me toca esperar, porque entre los primeros se monta el tinglado: ¡Oiga, que ahora me toca a mí! ¡Pero usted que dice, si me ha dado la vez la señora que se acaba de marchar! ¡De eso nada, la que le ha dado a vez a usted, he sido yo! Y dale que te pego, ninguna de las dos da su brazo a torcer y la mujer termina por seguir buscado los pimientos. Sorteando carros y codazos, porque el mercadito en horas determinadas es un maremágnum, donde la mayoría  es gente mayor y somos muchos. No va más que a mirar y a comer mandarinas gratis.

Y poco más o menos, así es cada martes. Si te quieres dar un baño de sociedad, el mercadillo es el mejor sitio para empaparte de lo que es bueno.

QUIRÓN     

No hay comentarios:

Publicar un comentario