sábado, 2 de diciembre de 2017

La nana y el vestido rojo





Fuiste la nana de ese niño antes que su tía. Le criaste, le bañaste, le cambiaste los pañales. Depositaste en él toda tu tristeza, porque era la única criatura de toda la ciudad que no te juzgaba, que no te veía diferente a los demás por tu piel, tus rasgos o tu acento.

 Llegó a tener tres años y se volvió tu razón de vivir, la compañía de tu soledad, la única persona con la que te permitías llorar. Cuando lo hacías, me has contado que ese niño te llamaba Cotele, te secaba el rostro con sus manos y te pedía que no lloraras. Te decía que un día, cuando fuera grande, te compraría un vestido rojo, el más hermoso vestido rojo que existiese, para acabar para siempre con tus penas y tus lagrimas.

El tiempo ha pasado y a veces  nos vemos. Tienes hijos en la universidad. Hace  unas semanas  conociste a mi pequeño de dos años. A veces me da por poner ese tema de Perales que escuchábamos aquellas noches, en mudez del cuarto de la azotea aislada y entonces puedo imaginar mejor las razones de tu llanto.

Nunca te compré ese vestido. Por eso, cuando me puse a escribir esta carta pensé en ti, y también fantaseé con la idea de que mi firma apareciese en el color de la prenda que nunca te regalé.  


QUIRÓN

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