Fuiste la nana de ese niño antes que su
tía. Le criaste, le bañaste, le cambiaste los pañales. Depositaste en él toda
tu tristeza, porque era la única criatura de toda la ciudad que no te juzgaba,
que no te veía diferente a los demás por tu piel, tus rasgos o tu acento.
Llegó a tener tres años y se volvió tu razón
de vivir, la compañía de tu soledad, la única persona con la que te permitías
llorar. Cuando lo hacías, me has contado que ese niño te llamaba Cotele, te
secaba el rostro con sus manos y te pedía que no lloraras. Te decía que un día,
cuando fuera grande, te compraría un vestido rojo, el más hermoso vestido rojo
que existiese, para acabar para siempre con tus penas y tus lagrimas.
El tiempo ha pasado y a veces nos vemos. Tienes hijos en la universidad.
Hace unas semanas conociste a mi pequeño de dos años. A veces
me da por poner ese tema de Perales que escuchábamos aquellas noches, en mudez
del cuarto de la azotea aislada y entonces puedo imaginar mejor las razones de
tu llanto.
Nunca te compré ese vestido. Por eso,
cuando me puse a escribir esta carta pensé en ti, y también fantaseé con la
idea de que mi firma apareciese en el color de la prenda que nunca te
regalé.
QUIRÓN
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