Como cada martes, viene mi hija nada más
dejar a su pequeño en la escuela, me recoge y nos vamos con el carro a comprar.
El mercadillo está a rebosar. En los puestos se exponen las frutas y verduras
con todo ese colorido que las adorna y las hace tan apetecibles a la vista como
necesarias a la vida.
Pero para entrar tienes que amoldarte al
entorno, cosa nada fácil. Porque el
personal ya es en sí, insólito y
variopinto, tiende a caminar despacio
por la aglomeración que se forma en el pasillo entre los puestos así que no
queda otra. Uno, sale del puesto y se planta en mitad del camino y los demás
tienen que dar el frenazo, por aquel se
cruzó, una señora tira del perro que no se quiere mover, un par de ancianos se
paran para mirar los precios, pero sin salirse del centro, porque, aunque todos miramos los precios, algunos
como nosotras vamos a caso hecho. Ese puesto determinado del que nos surtimos
cada semana, aunque siempre hay cosas que mirar en otros puestos. Al final uno más intransigente levanta la voz ¡pero
bueno que pasa! ¡Quítense del medio coño!
¡Así no voy a llegar a casa nunca! La gente se solivianta, protesta,
pero poco a poco se deshace el nudo gordiano y fluye el circuito de lentos
viandantes.
El caminar por entre los puestos tiene su
aquel. Ya que los ciudadanos llevan cada uno su carro y meten la cabeza para
ver precios y productos, pero dejan el carro detrás. Me permiten por favor, les
pide una señora, para poder pasar. Como nadie se mueve, coge la señora el carro
lo pone delante y empuja los carros que cruzados le impedían seguir su camino.
Y seguidamente ¡Pero oiga!, cuantas
prisas, eso se dice, pues anda con la señora que modales y bla, bla. Mi hija, sofocada
por el griterío me dice, -Mamá que poca paciencia tienes trae el carro y mira a
ver si encuentras pimientos verdes, pero gordos, no italianos, y me compras un kilo,
mientras yo compro lo demás en el puesto de siempre. Así, cada una compramos
por un lado-. Y al seguir adelante, del puesto de una gitana sale una voz en
grito que jalea sus ventas: “¡Eh,
mujeres! Mirar todo lo que traigo hoy, todo a euro, todo barato, barato. Habéis
visto mis tomates, las peras, señoras mirar que peras, si mejores no las vais a
encontrar. Te pongo un kilo guapa, mira no pases sin comprar, que está
todo fresquito y robadito de esta misma noche. Pues no ves que es todo a euro,
señora todo a euro<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<<.
Un poco más adelante me encuentro a un
conocido nos saludamos un momento y cada cual sigue su camino. Al final
encuentro un puesto que tiene los pimientos, pero me toca esperar, porque entre
los primeros se monta el tinglado: ¡Oiga, que ahora me toca a mí! ¡Pero usted
que dice, si me ha dado la vez la señora que se acaba de marchar! ¡De eso nada,
la que le ha dado a vez a usted, he sido yo! Y dale que te pego, ninguna de las
dos da su brazo a torcer y la mujer termina por seguir buscado los pimientos. Sorteando
carros y codazos, porque el mercadito en horas determinadas es un maremágnum,
donde la mayoría es gente mayor y somos
muchos. No va más que a mirar y a comer mandarinas gratis.
Y poco más o menos, así
es cada martes. Si te quieres dar un baño de sociedad, el mercadillo es el
mejor sitio para empaparte de lo que es bueno.
QUIRÓN