Regina había nacido a finales del siglo XIX. Era una
joven de aspecto delicado. Su pelo negro resaltaba sobre la piel blanca de su
rostro. Los ojos aunque pequeños dejaban ver toda la grandeza que había en su
interior. A pesar de su apariencia frágil trabajó en las labores del campo con
el esfuerzo que ello requería.
Como
tantas jóvenes que vivieron en aquella época y más en zonas rurales, no tuvo
oportunidad de ir a la escuela y por lo tanto no sabía leer ni escribir, pero
para ella no fue impedimento en su vida cotidiana. Sabía leer en las nubes la
llegada de la lluvia y el frío. Dominaba el conocimiento de los frutos
silvestres que daba la tierra, que se podían comer sin peligro. También le gustaba recoger el té verde que se criaba
a la orilla del riachuelo que pasaba cerca del pueblo, y una vez seco, lo cocía
y toda la casa quedaba impregnada de su aroma.
Regina
se casó con un hombre mayor que ella. Tuvieron varios hijos. La familia vivía
unida en los trabajos cotidianos. Los mayores se fueron casando y sus
componentes aumentando. Todo seguía su curso hasta que estalló la guerra y todo
se desmoronó. Cuando ésta termino, el cabeza de familia y uno de los hijos
fueron encarcelados y Regina tuvo que tomar las riendas de su casa. A ello se
sumó la pérdida de una de sus hijas y su marido, teniéndose que hacer cargo de
los niños.
Los
años fueron pasando y Regina, junto a su familia, habían conseguido salir adelante. Con el paso del
tiempo, sus hijos se marcharon a la
ciudad en busca de un futuro mejor y ella
se quedó en el pueblo junto su marido ya muy enfermo.
Un
día Regina recibió la noticia de que una de sus hijas regresaba al pueblo con
su familia. La alegría llenó su corazón, pues ya no se encontraría sola.
La
vida tomó un nuevo sentido para ella. Durante el día ayudaba a su hija con los
niños. En las tarde de invierno los reunía a los pequeños junto a la chimenea,
y les contaba historias y dichos que a ella le habían contado siendo niña.
Cuando llegaba la primavera los llevaba al
campo, allí les mostraba los nidos prendidos en los árboles y les hablaba de
sus moradores. También les indicaba los
frutos que daba la tierra y que recogían para llevárselos a casa. Los niños
escuchaban muy atentos las explicaciones de la abuela.
Pasado un tiempo la familia preparó su marcha
a la ciudad. En esta ocasión, muy a su pesar, decidió acompañarles, pues se
había encariñado con los niños y quería estar con ellos.
Durante
el tiempo que vivió en la ciudad trató de aclimatarse a ella. Le gustaba ir al
cine, así que se llevaba alguno de los nietos al que estaba cerca de donde
vivían, pero una vez sentada en la butaca se quedaba dormida y los niños la
dejaban en su sueño.
Cada
día que pasaba no dejaba de recordar a su pueblo. Siempre que podía hacia una
escapada, sobre todo para las fiestas en
honor a su patrona. También le servía de
reencuentro con sus gentes.
Años
después de su fallecimiento su pueblo natal le puso su nombre a la Residencia de Día que
abrió en el lugar.
Regina,
una mujer que trabajó y luchó para sacar a su familia adelante con las
carencias de la época que le tocó vivir.
Regina.
Mi abuela.
Quisiera
que este escrito sirva como reconocimiento a los abuelos de ayer y de hoy que
dan todo lo que tienen a sus hijos y
nietos sin esperar nada a cambio, solo su cariño.
I R I S
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