Por
un catarro tontorro,
me
jorobé una semana,
me
perdí algunos quehaceres,
aunque de muy
mala gana.
Los ojos casi
llorosos,
la sesera
dolorida,
la nariz
siempre llorando,
y la espalda
compungida.
Los brazos
agarrotados,
el pecho una
gran orquesta,
las piernas
eran de arena,
todo el cuerpo
una tormenta.
Entre la leche
y la miel,
las pastillas y
el jarabe,
las castañas y
los higos,
lo pusimos más
suave.
Aún me queda la
ronquera,
y el mareo de
cabeza,
a ver si entre
caldo y caldo,
le alejamos con
presteza.
Trotamundos
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