Lucas entró corriendo en su casa, le
dio un beso a su madre, soltó la cartera del instituto y se metió en la cocina.
Abrió esperanzado la puerta del frigorífico, miró en todas las estanterías y no
encontró ninguna lata de coca cola.
Hoy en el instituto había sucedido un
acoso de sus compañeros de las clases mayores a un nuevo alumno. En un rincón
del patio lo acorralaron y le dijeron que les tenía que dar su móvil y la
cartera. El chico se enfrentó a ellos y le molieron a patadas y puñetazos.
Busqué con la mirada alrededor y no vi a ningún profesor ni al conserje en el
patio. Alcé la mirada a las ventanas del
edificio y me pareció, por un momento, que el director se asomaba a la
ventana de su despacho. El chico se quejó a los profesores, y le dijeron que lo
investigarían. Otra vez ocurrió lo mismo y al final no hicieron nada, para no
perjudicar la buena imagen del centro.
Miriam llegó del colegio cansada y
harta de tirar de su mochila con todos los libros y cuadernos. Tenía deberes
para aburrir y no podría ver la tele ni jugar. Una vez que habló con su madre,
fue a la cocina y abrió la puerta del frigorífico buscando sus natillas
preferidas. Qué rabia, no quedaba ninguna.
Sus amigas le contaron ese día que les
iban a comprar una tablet para meter juegos y poder comunicarse entre ellas por
Internet. En su casa se la tenían prohibida, porque iba a perjudicar a su
concentración en los estudios y que había otras formas de divertirse sin
necesidad de engancharse a esas máquinas diabólicas, decían sus padres.
Antonio entró en su casa con aire de
derrota y hastío. Antes de sentarse en el sillón del salón a descansar, saludó
a su mujer y preguntó a sus hijos qué tal les había ido el día. Se introdujo en
la cocina y abrió el frigorífico en busca de una rica y fresca cerveza que le
animara el día. Qué desesperación, no quedaba ninguna. Preguntó a voces a su
mujer y le contestó que no había tenido tiempo de comprarlas.
Se había pasado toda la tarde en la
cola del paro y, después de mucho esperar, había conseguido un contrato de
trabajo para diez días, con un sueldo mínimo y sin posibilidad de renovación
por el momento. Como no encontrara pronto un trabajo estable, se le acabaría el
cobro del paro y sólo le quedaría una ayuda mínima-
Marta se levantó de coser y recoser
ropas de otros para poder sacar unos euros. Fue a la cocina a beber un poco de
agua y abrió el frigorífico.
No quedaban verduras ni embutido. En el
congelador quedaban unos contramuslos y unas alitas de pollo. En los armarios
unas pocas legumbres, unas patatas y dos piezas de fruta. El aceite escaseaba y
eso que lo estiraba todo lo que podía reutilizándolo. No quería decírselo a los
niños para no preocuparlos.
Benigno abrió la puerta de su casa y
dio un “buenas tardes familia”, con ese ímpetu y alegría que le caracterizaba.
Dio besos a todos, les preguntó por sus cosas y fue a la cocina. Abrió el
frigorífico y buscó su lata de bebida isotónica, que le suministraba sales y
minerales para estar en forma. Alguien se la habría bebido.
Desde que se murió su esposa, y a su
hija la habían desahuciado de su piso por falta de pago en la hipoteca, les
había abierto su casa a hija, yerno y nietos. Su pensión no daba para mucho y
casi nunca llegaba hasta fin de mes. Estaba ansioso por cobrarla ya. Además
este mes había paga extraordinaria. Se llenaba la nevera, se reponía el calzado
y alguna ropa y la lavadora y la sonrisa volvía a ponerse en marcha. No duraba
mucho la alegría en la casa de los pobres. Hoy les daría una noticia a su
familia que aunque no significara casi nada, por lo menos echaría unas risas
que también son necesarias.
Los reunió a todos en el salón, abrió
un sobre que había traído el correo a su nombre y les comunicó, lleno de
alegría y emoción, que se iba a terminar el problema de la escasez económica.
El gobierno de la nación le subía su pensión de jubilación un 0.25% para el año
que viene.
Rabo de lagartija
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