Últimamente no veía con
nitidez tanto de cerca como de lejos. Muchas veces tenía que intuir lo que mis
ojos enfocaban. Estaba claro que así no podía seguir, viendo a medias las cosas
y quedándome con la duda de si lo que creía ver era real o irreal.
Quedan
tres semanas para las elecciones generales. Otras veces tenía claro desde el
primer momento a quien quería votar para que rigiera el destino del país
durante los próximo cuatro años, pero esta vez, veía tan borroso el panorama,
escuchaba tantos discursos utópicos, con
un optimismo desmedido, tanta basura echada hacia los partidos contrarios, y
poco contenido real de lo que había que hacer para levantar al país.
Decidí
pasar por la óptica para que me graduaran de nuevo la vista, no fuera que
hubiera perdido capacidad visual. Nada más entrar, uno de los empleados se
acercó sonriente preguntando en qué me podía ayudar. Nos sentamos, le conté las
sensaciones que notaba últimamente y me observó en los distintos aparatos
electrónicos que evaluaban mi visión.
Otros
años me entusiasmaba acudiendo a los mítines que impartían los candidatos de
los partidos afines a mi ideología. Analizaba sus discursos, los motivos por
los que luchaban, los errores que había que enmendar y otras cuestiones que
planteaban con esa fineza política que encumbra a un verdadero líder. Esta vez
sólo escuchaba verdades a medias, pocos “mea culpa” de lo que se podía hacer y
no se hizo y de lo que se hizo y no se debía hacer. No veía nada claro el
panorama político actual.
Al
cabo de un rato de observarme, taparme un ojo y luego el otro y ponerme en la
pantallita iluminada letras de distintos tamaños para que las adivinase, me di
cuenta que la letra pequeña no era capaz de descifrarla. Necesitaba unas nuevas
lentes para tener una visión clara de lo que me rodeaba.
Por
más que me esforzaba no lograba centrarme en la elección de la candidatura que
mejor me representase. Leí panfletos, programas electorales, escuché el “todo
va bien, estamos saliendo de la crisis”, mientras por otro lado las noticias
daban cuenta de la cantidad de hogares que estaban por debajo del umbral de la
pobreza, el paro no disminuía a la velocidad que los políticos anunciaban, el
problema de la inmigración no se enfocaba debidamente, sólo poner normas rígidas
para su acogimiento.
Al
cabo de dos semanas volví a la óptica a recoger mis nuevas gafas,
antirreflectantes, de grosor mínimo, con una montura de buena marca que me iba
perfecta para la hechura de mi cara, y otras mil cosas que prometían que vería
todo con una nitidez asombrosa. Me regalaron un estuche, una bayeta para la
limpieza y unas gafas de sol graduadas. Qué contento salí del establecimiento
porque mejoraría mi vista.
El
día de la papeleta había llegado, estuve toda la noche dándole vueltas a quién
o a qué iba a votar. Llegué al colegio electoral, me acerqué a la mesa de las
listas que agrupaban los distintos partidos que presentaban candidaturas y
dudé. Mi cabeza me dirigía hacia una, mi corazón hacia otra, y, al final, fue
el recuerdo de mis hijos y su futuro lo que me decidió a escoger por fin mi
voto. Qué contento salí del establecimiento porque mejoraría mi vida.
Rabo de lagartija
No hay comentarios:
Publicar un comentario