miércoles, 16 de diciembre de 2015

Las gafas






Últimamente no veía con nitidez tanto de cerca como de lejos. Muchas veces tenía que intuir lo que mis ojos enfocaban. Estaba claro que así no podía seguir, viendo a medias las cosas y quedándome con la duda de si lo que creía ver era real o irreal.

            Quedan tres semanas para las elecciones generales. Otras veces tenía claro desde el primer momento a quien quería votar para que rigiera el destino del país durante los próximo cuatro años, pero esta vez, veía tan borroso el panorama, escuchaba tantos discursos utópicos,  con un optimismo desmedido, tanta basura echada hacia los partidos contrarios, y poco contenido real de lo que había que hacer para levantar al país.

            Decidí pasar por la óptica para que me graduaran de nuevo la vista, no fuera que hubiera perdido capacidad visual. Nada más entrar, uno de los empleados se acercó sonriente preguntando en qué me podía ayudar. Nos sentamos, le conté las sensaciones que notaba últimamente y me observó en los distintos aparatos electrónicos que evaluaban mi visión.

            Otros años me entusiasmaba acudiendo a los mítines que impartían los candidatos de los partidos afines a mi ideología. Analizaba sus discursos, los motivos por los que luchaban, los errores que había que enmendar y otras cuestiones que planteaban con esa fineza política que encumbra a un verdadero líder. Esta vez sólo escuchaba verdades a medias, pocos “mea culpa” de lo que se podía hacer y no se hizo y de lo que se hizo y no se debía hacer. No veía nada claro el panorama político actual.

            Al cabo de un rato de observarme, taparme un ojo y luego el otro y ponerme en la pantallita iluminada letras de distintos tamaños para que las adivinase, me di cuenta que la letra pequeña no era capaz de descifrarla. Necesitaba unas nuevas lentes para tener una visión clara de lo que me rodeaba.

            Por más que me esforzaba no lograba centrarme en la elección de la candidatura que mejor me representase. Leí panfletos, programas electorales, escuché el “todo va bien, estamos saliendo de la crisis”, mientras por otro lado las noticias daban cuenta de la cantidad de hogares que estaban por debajo del umbral de la pobreza, el paro no disminuía a la velocidad que los políticos anunciaban, el problema de la inmigración no se enfocaba debidamente, sólo poner normas rígidas para su acogimiento.

            Al cabo de dos semanas volví a la óptica a recoger mis nuevas gafas, antirreflectantes, de grosor mínimo, con una montura de buena marca que me iba perfecta para la hechura de mi cara, y otras mil cosas que prometían que vería todo con una nitidez asombrosa. Me regalaron un estuche, una bayeta para la limpieza y unas gafas de sol graduadas. Qué contento salí del establecimiento porque mejoraría mi vista.

            El día de la papeleta había llegado, estuve toda la noche dándole vueltas a quién o a qué iba a votar. Llegué al colegio electoral, me acerqué a la mesa de las listas que agrupaban los distintos partidos que presentaban candidaturas y dudé. Mi cabeza me dirigía hacia una, mi corazón hacia otra, y, al final, fue el recuerdo de mis hijos y su futuro lo que me decidió a escoger por fin mi voto. Qué contento salí del establecimiento porque mejoraría mi vida.

Rabo de lagartija



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