En la escuela te enseñan los
pronombres posesivos como forma de expresar algo que es posesión de alguien. Un
bien, un objeto, una ilusión, algo material o inmaterial. Hoy todavía hay
personas que confunden este pronombre para llamar mío a lo que no puedes poseer
si ese objeto es otra persona que no quiere ser tuyo.
El
egoísmo, la envidia, el deseo, guardar las apariencias, a veces nos hace llamar
mío a lo que no nos pertenece y ni te mereces ni eres capaz de conseguir con decencia y esfuerzo. El amor no es una
posesión. Es un intercambio de sentimientos entre personas. En las bodas
religiosas se suele decir “ Yo me entrego a ti”. Lo que entregas es tu
compromiso de afrontar un proyecto en común, poniendo de tu parte todo lo que
humanamente sea posible por llevarlo a buen término. Los contratos matrimoniales, se inscriben en
el registro civil y no en el registro de la propiedad.
Los
azares de la vida, a veces, no ayudan a llegar a realizar nuestro sueño de
pareja en común como nosotros deseábamos. Tenemos que buscar una solución
civilizada, tanto para seguir adelante con el proyecto, como para abandonarlo
al no ser posible su realización.
Es triste
comprobar cómo las reacciones humanas no admiten que algo, en lo que habías
puesto todo tu empeño, no salga bien y acaban encontrando en su interior ese
sentido extremo de posesión y ese instinto animal de defenderlo a ultranza,
caiga quien caiga.
Últimamente
los noticiarios, que son presurosos en contarnos las debilidades humanas y sus consecuencias
más crueles, nos informaron de la muerte violenta de una joven de diecisiete
años a manos, presuntamente, de otra joven de diecinueve años. Lo único que
tenían en común es que las dos habían tenido relación amorosa con el mismo
chico. Una lacra que no somos capaces de erradicar, los celos, junto con el
sentimiento de posesión en exclusiva de otra persona, llega a romper en pedazos
dos familias que tenían puestas sus ilusiones en esas dos jóvenes, para verlas
crecer en felicidad y amor.
En las
escuelas deberían explicar hasta el mínimo detalle, qué es y qué no puede ser
un pronombre posesivo.
Rabo de lagartija