miércoles, 17 de mayo de 2017

La ventanilla





            Había llegado el día en que emprendería el viaje para aprovechar unos días de vacaciones. La tarde anterior, mientras hacia el equipaje, pensaba en lo difícil que resulta a veces decidir lo que necesitas llevar, sobre todo cuando viajas a otro país, donde la meteorología es muy diferente al lugar donde resides. Terminada al fin dicha tarea, cerré la maleta con llave  y la trasladé  hasta el pasillo de entrada, donde   dormiría hasta el día siguiente.

            Por la mañana  tras comprobar que grifos y ventanas quedaban perfectamente  cerrados, salí de la casa con dirección al aeropuerto. Una vez en él y tras facturar el equipaje me dirigí hasta la puerta de embarque.  Siempre que viajo en este medio de transporte pido que el asiento esté junto a la ventanilla. Una vez que el aparato emprende el vuelo y se eleva, a través de ella veo cómo va tomando altura y todo abajo se empequeñece. Las demarcaciones de la  tierra se convierten en un mosaico de colores y las casas en pequeños puntos.  Los ríos vistos desde las alturas parecen caminos plateados. El agua del mar tomando un color verdoso deja ver en sus profundidades sombras de las montañas sepultadas por ellas y en las cumbres de las montañas restos de nieve que el invierno había dejado atrás.

            Después de un tiempo de mirar lo que se divisaba desde las alturas, mi vista se detuvo en la línea que divide la nebulosa del cielo azul intenso que se pierde en lo infinito. Tan concentrada estaba yo en lo que veía en el exterior que no había oído a la azafata cuando dirigiéndose a mí me preguntaba qué bebida deseaba tomar para acompañar a la comida que me ofrecía. 

            Cuando terminé de tomar el pequeño piscolabis que me habían dado, me dispuse a seguir mirando al exterior. Ahora lo que mis ojos veían, no eran franjas de  tierra, ni casas, ni  aguas de ríos y de mares, sino nubes como grandes bolas de algodón por su blancura que se mezclaban a su vez con otras donde en su interior se apreciaban manchas grisáceas del agua acumulada en ellas y que amenazaban con descargar en cualquier momento para aligerar su peso.

            El viaje llegaba a su fin. El avión aminoraba su velocidad y descendía para tocar suelo. Por la ventanilla la imagen de las tierras, de las casas, volvía a ser cercana. Cuando el aparato tomó tierra, miré por ultima vez por la ventanilla, diciéndome dentro de mí:  hasta la próxima.



I R I S

No hay comentarios:

Publicar un comentario