La
niña observaba a la gente que se acercaba a la puerta de la basílica. Hoy había
boda y esperaba que, con la alegría del evento, le dieran unas monedas para
poder subsistir.
Debía
ser una boda importante por lo trajeados que estaban los señores y los vestidos
glamurosos de las señoras, con grandes sombreros adornados, que llaman pamelas.
La niña correteaba entre los corrillos, poniendo su carita de pena y
solicitándoles educadamente una ayuda.
Llegó
el novio, de chaqué hecho a medida, acompañado de la madrina, emperifollada
para destacar, y se pusieron a la puerta de la iglesia a esperar la llegada de
la novia. Todo eran besos y saludos con la gente alrededor de ellos.
La
niña se percató del revuelo y miró hacia la calle. Un carruaje con caballos
enjaezados, con dos hombres en el pescante vestidos con el traje típico
sevillano, paró enfrente de la basílica y ayudaron a bajar a la novia,
esplendida con su traje blanco, radiante y con cara de felicidad junto al
padrino, también de chaqué. La niña se dio cuenta de la soledad del novio y la
madrina en la puerta del templo, ya que todo el mundo se arremolinó para ver el
ansiado y secreto vestido de la novia.
Entraron
todos los invitados en la
Basílica de la Esperanza
Macarena y se colocaron en sus puestos para ver desfilar por
el pasillo al cortejo nupcial. La niña se coló en el interior de la iglesia,
como ya hiciera otras veces, y se situó en un rincón discreto. Le gustaba ver
cómo se celebraban los bodorrios de los señoritos andaluces.
El
celebrante, acompañado de varios sacerdotes, la niña sabía que cuantos más
curas asistieran, mayor categoría tenían los novios, comenzó el acto religioso.
Como si viniera del cielo, una voz de barítono entonó el Ave María de Schubert,
que puso la emoción en los rostros de los asistentes.
La
virgen estaba con sus mejores adornos presidiendo el casamiento. A ella se
encomendaron los contrayentes para que tuvieran un largo y feliz matrimonio.
Se
dieron el sí los novios. La niña se llegaba a emocionar en estos momentos,
echando acaso unas lagrimillas, al imaginarse ella, ya de mayorcita, dando su
sí.
Revuelo
a la salida de los novios bajo una lluvia de pétalos de rosas que todos los
invitados esparcieron a la puerta de la iglesia. Parabienes, abrazos, deseos de
felicidad y, ¡vivan los novios!, coreado por todos los presentes. La pareja
recién casada se subió al coche de caballos y, saludando con la mano a todos
los asistentes, se fueron a hacerse las fotos que inmortalizarían el acto.
La
puerta se quedó vacía, con los restos de la boda por el suelo. La niña rebuscó
entre ellos. Siempre encontraba algo, una moneda e incluso, algún pendiente perdido. Lo que encontró fue una
flor, perteneciente al ramo que la novia tiró a sus amigas para que la que lo
cogiera fuera la siguiente en casarse. Cogió la rosa entre sus manos y echó a
volar su imaginación. Ella también se casaría algún día en esa basílica,
llegaría en carruaje de caballos y le cantarían el Ave María.
Rabo de lagartija