Sobre
mí piel navegan barcas y soy también las barcas,
y
el cielo que las cubre, y los altos chopos que,
vigorosamente se deslizan sobre la
película luminosa de los ojos.
Me
nadan peces en la sangre y oscilan entre dos aguas,
como
las llamadas imprecisas de la memoria.
Siento
la fuerza de los brazos y la vara que los prolonga.
hasta
el fondo del río y de mí. Baja como un lento
y
firme pulsar del corazón.
Ahora
el cielo está más cerca y muda de color.
Es
todo él verde y sonoro porque, de rama en rama,
despierta
el canto de las aves (...).
Hoy,
en tres palmos, enterraré mí vara hasta la piedra viva.
Será
el gran silenció primordial, cuando las manos se junten a las manos.
Después
lo sabré todo.
No
se sabe todo, nunca se sabe todo.
Son
palabras de un anciano inteligente y culto,
que
divagaba sobre el pueblo en que nació,
y
la casa de la abuela que lo cobijo de niño y de adolescente.
Encuentra
que cuando era niño, el pueblo era distinto y mejor.
La
memoria tiene esas exquisiteces.
“El
paisaje es un estado del alma “, decía él.
¡Qué
manera de fabular!
Quirón
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