miércoles, 2 de marzo de 2016

Memorias de Azinohaga





Sobre mí piel navegan barcas y soy también las barcas,
y el cielo que las  cubre, y los altos chopos que,
vigorosamente se deslizan sobre la película  luminosa de los  ojos.

Me nadan peces en la sangre y oscilan entre dos aguas,
como las llamadas imprecisas de la memoria.
Siento la fuerza de los brazos y la vara que los prolonga.
hasta el fondo del río y de mí. Baja como un lento
y firme pulsar del corazón.

Ahora el cielo está más cerca y muda de color.
Es todo él verde y sonoro porque,  de rama en rama,
despierta el canto de las aves (...).

Hoy, en tres palmos, enterraré mí vara hasta la piedra viva.
Será el gran silenció primordial, cuando las manos se junten a las manos.
Después lo sabré todo.                
No se sabe todo, nunca se sabe todo.

Son palabras  de un anciano inteligente y culto,
que divagaba sobre el pueblo en que nació,
y la casa de la abuela que lo cobijo de niño y de adolescente.
Encuentra  que cuando  era niño, el pueblo era distinto y mejor.
La memoria tiene esas exquisiteces.
“El paisaje  es un estado del alma “, decía él.
¡Qué manera de fabular!            


Quirón

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