Comenzaba
a aclarar el día cuando María salió a la calle. Miró al cielo y vio como éste
cambiaba las brumas de la noche por las luces del nuevo día y una ráfaga de aire fresco acarició sus mejillas,
haciéndole sentir alivio al alejarse de aquel lugar. Atrás quedaba la gran sala
donde sus ocupantes aguardaban pacientemente a ser nombrados por megafonía, para pasar al departamento donde
dejarían en pequeños tubos de cristal parte de sí mismos. Por las puertas
entreabiertas de las cabinas se podía ver sobre la mesa cómo el interior de los
pequeños tubos de cristal se teñían de rojo contrastando con las blancas
paredes de la sala de espera.
Después
de mirar por última vez aquel lugar, se encaminó rápidamente hasta la parada
del autobús que la llevaría de regreso a casa. Ya en la parada, tuvo que
esperar unos minutos hasta que éste llegó. Hacia frío, lo que la
obligó a subirse el cuello de la chaqueta para contrarrestar el
escalofrió que recorrió su cuerpo.
Cuando
llegó el autobús subió a él y, tras abonar el billete, tomó asiento junto a la ventanilla. Por unos
instantes se entretuvo en observar todo cuanto la rodeaba y a
los pasajeros, que como ella, viajaban en él,
y pudo ver como algunos de ellos
todavía llevaban restos de sueño en sus ojos. Seguidamente dejo a un lado lo
que la rodeaba, para entregarse a sus pensamientos. De pronto, un movimiento
brusco la hizo volver a la realidad. Miró a la parte delantera del vehículo y
vio como éste se saltaba el semáforo en rojo. Después fijó la mirada en el
conductor y pudo ver como éste iba inclinado, abrazado al volante, de manera
que formaban un solo cuerpo. El hombre al tiempo giraba la cabeza de un lado a otro, su
rostro reflejaba impaciencia y sus ojos se ensombrecían con la mirada perdida.
Todo
lo que se apreciaba a su alrededor fue el detonante para que los personajes
invisibles que la acompañaban entraran en acción, cambiando el escenario. El
autobús se convirtió en un carruaje arrastrado por veloces caballos negros y el
conductor en un cochero con una gran joroba, cubierta con una capa negra y su
mano alzaba un látigo que dejaba caer sobre los animales, para que estos fueran
más rápidos hacia un destino, que sólo él conocía y un manto de noche negra
cubrió a los pasajeros.
De
pronto, el sonido del timbre de solicitud de parada rompió el hilo de su
fantasía, haciendo desaparecer su extraña aventura. Miró de nuevo al conductor,
este ya no tenía joroba, pero sus brazos seguían amarrados al volante
Cuando
llegó a la parada donde debía bajarse lo hizo rápidamente para no ser atrapada
por las puertas que dejaban salir de muy mala gana a los viajeros que
abandonaban el autobús.
I R I S
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