La belleza es peligrosa. Por si tenía alguna duda, es ella, la belleza,
la que me ha
hecho caer como un peñasco desprendido
hasta el límite del precipicio.
Caminábamos orillando hacia las fuentes
del Ela,
fascinados por esa vanguardia clásica
incesante que es el río,
la coral sublime y el parloteo humilde
en el surco de un disco de pizarra y de piedra.
Los rescoldos de luz que sujetan las
mismas hojas.
De repente, un mirlo compromete toda la montaña
con el sonido de un instrumento
imposible.
Está un poco borracho, me explica un amigo de camino.
Se pone estupendo con los frutos rojizos del madroño.
¿Así que un pájaro ebrio es capaz de detener el avance del invierno?
Mientras tanto, una humana excursionista, esa que soy yo,
queda hechizada por la orquesta de la naturaleza,
que contiene todas las músicas: desde la primavera de Vivaldi,
al zapeado de Sarasate, descuida donde pisa y cae como un bulto.
Si, la belleza es peligrosa.
Está más próxima a lo salvaje que a
lo apacible y confortable.
Ahora es la curiosidad de las curvas
y esquivar las rocas resbaladizas lo que nos atrapa.
Lo que nos espera detrás de las curvas.
Nos atrae la claridad, pero más la sombra del misterio.
Las curvas enigmatizan. Es algo
que está en los cuadros de Cézanne,
y que él aprendió en la naturaleza, lo que vemos pintado nos interesa
como una imaginación de lo que se oculta.
Y a la vuelta de una curva, aparece un poblado
de amanitas
Como nunca habíamos visto.
Demasiado grandes, demasiado bellas, demasiado venenosas.
Sabemos que el colorido de estas setas es a la vez un aviso y un reclamo.
En la naturaleza abundan los engaños, las trampas, los simulacros.
Tanto para atacar como para defenderse.
En este sentido, la imaginación de la naturaleza
no es tan diferente de la imaginación humana.
La desgracia de la actuación humana
es la ruptura de la escala,
la destrucción del escenario.
Hay humanos deleznables como ese dentista estadounidense,
que se fue a África a asesinar al más grande de los leones.
Pero es la mezquindad, el mesianismo industrial, la explotación ilimitada
de la naturaleza,
lo que lleva a un destrozo irreparable, a un malestar global.
Donde están bien los animales, se sienten bien los humanos.
Pero donde están los humanos, casi nunca, están bien los animales.
Sería fantástico un humor en la naturaleza.
Pensar que el mirlo canta de risa
después de verme resbalar.
Y que son duendes queer, picaros y provocadores del bosque
que han salido a nuestro encuentro para burlarse.
Poco más adelante, aparece en la vera del río un letrero con la leyenda:
Tramo libre de
muerte. Es una chapa oficial, semejante a las
que indican zonas vedadas.
Nos quedamos perplejos, sin habla, ante el versículo administrativo.
Alguien comenta, al fin, es un buen titulo para un libro.
Pero ¿qué significa?
Y el amigo más entendido de la expedición nos desvela el mensaje:
“En esta parte está permitida la pesca, pero tienes que devolver las
truchas al río”.
Siento una perturbación que me duele en la boca como el desgarro que deja
el anzuelo. Aquello sonaba a civilización, Tramo
libre de muerte.
Retumba ahora nuestro silencio como una señal de barbarie.
Los peces no la van a leer.
Tal vez somos nosotros los verdaderos destinatarios,
no como pescadores, sino como peces.
Las señales, sobre todo las de prohibición,
tienen una fuerte carga metafórica.
Acabo de ver una de ambiente navideño: Prohibido
el paso, excepto Reyes Magos.
Y otra muy contundente en el pasillo
del hospital: No hay salida.
Pero esta del río no se me va de la cabeza.
Esa del pez que muerde feliz el anzuelo, que es atrapado
y arrastrado por un poder que no controla, que siente la angustia de ser
izado en el aire,
y que es liberado, por favor, con la herida en la boca.
La vida se parece mucho, demasiado, a ese Tramo libre de muerte.
¿Cuántas veces hemos mordido el anzuelo?
¿Cuántas veces hemos pensado que el cebo era un descubrimiento propio,
una propiedad que llevarse a la boca?
¿Cuántas veces hemos visto esa
humillación
de hacerle creer a la gente que lo que se ha conseguido con
lucha
y esfuerzo colectivo, es una especie de favor,
que se da y se quita como un
anzuelo?
Y llegamos al fin de trayecto.
Ojala algún día puedan votar también
los peces, las amanitas y el mirlo.
“Al igual que el pez, los humanos
muerden el anzuelo al creer haber conseguido algo que el pescador quita cuando
quiere”
Quirón
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