Ayer estaba en el parque de las flores. Observé cómo en el
caballito balancín un niño se balanceaba, y al lado estaba su mamá, una señora
rellenita, de pelo muy negro, con un busto muy prominente. Unos pasos más
adelante, en los columpios dos niñas se balanceaban. Morenas de color y unos
tirabuzones muy bien colocados sobre sus cabezas. En el tobogán, otro niño muy
rubio se hacía señas con los niños de al lado, para que unos y otros se
deslizaran por la rampa. Era curioso ver cómo se entendían y se reían. Eso me
llamó la atención, porque el rubio era chino y se cruzaban palabras que ninguno
comprendía, pero se lo pasaban chupi. Por mi parte, yo pensé durante un buen
rato: El niño es chino, el otro será sudamericano, otro europeo, pero a la hora
de jugar, todos se entienden.
Qué bueno
sería que los mayores no estuviéramos resentidos con los que no conocemos.
Pero, también es cierto, que no todos los que tenemos a nuestro alrededor nos
dan la suficiente confianza para depositar en ellos la nuestra.
En estas
fechas, en las calles de nuestro pueblo hemos visto una oleada de personas
extranjeras pidiendo. Pedir no es robar, pero que en el mismo rato tres
personas te pidan para el mismo fin, hace pensar que todo está preparado y que
podríamos pensar, que detrás hay alguien que les induce a tal fin. Por este
motivo, a las personas que piden por necesidad, puede que no se les entregue lo
que por otra parte se podría dar, y así, pagan los pobres por los pecadores.
Trotamundos
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