viernes, 22 de enero de 2016

El bosque mágico





            El autobús giró por la estrecha calle que conducía hacia el centro del pueblo. Una vez allí sus puertas se abrieron y los pasajeros descendieron de él. En unos minutos la plaza se vio invadida por los recién  llegados ante la mirada curiosa de los habitantes del lugar.

            Un grupo de los viajeros se dirigieron hasta el hostal situado en una calle próxima. Allí pasarían  la noche y por la mañana siguiente emprenderían el camino hacía el bosque situado en las proximidades del pueblo.

            Nada hacía presagiar a los recién llegados la tormenta que se desencadenaría horas después en el bosque, atrapándoles en un torbellino de truenos y relámpagos…

            Durante la cena los excursionistas hablaron del recorrido que harían al día siguiente. El dueño del establecimiento les había escuchado y acercándose a ellos les indicó las diferentes rutas que podrían tomar para llegar al lugar que querían visitar.

            A la mañana siguiente, con las primeras luces del día, los excursionistas iniciaron la marcha. Sobre sus espaldas colgaban las mochilas cargadas con todo lo necesario para pasar el día. No tardaron mucho tiempo en divisar el camino arbolado que conducía al interior del bosque. Una vez allí, tomaron el sendero marcado en el plano. Según iban avanzando por el camino el paisaje iba cambiando, hasta que llegaron a un paraje donde se divisaba un pequeño lago de aguas cristalinas. Estas acariciaban las largas ramas de los sauces que bajaban a bañarse en ellas. Por un tiempo se detuvieron en su marcha para contemplar el baile que producía el aire al balancear las alargadas hojas con las verdes aguas del lago.

            Después prosiguieron su camino, bordeado ahora por árboles cuyas copas se abrazaban cubriendo el espacio por donde los rayos del sol luchaban por colarse y llegar hasta el suelo. De pronto el cielo se oscureció, las blancas nubes se fueron agrupando amenazantes, el sol huyendo se cubrió la cara al tiempo que un trueno seguido del rayo anunciaba la tormenta. En pocos segundos las nubes se abrieron, dejando caer su pesada carga sobre el bosque.

            Los excursionistas corrieron para protegerse del aguacero que se les venía encima. De pronto y sin saber cómo se encontraron frente a una cabaña y sin dudarlo un instante corrieron hasta ella. Una vez dentro recorrieron su interior y comprobaron que era más grande de lo que se veía desde el exterior. Llamaron por si había alguien, pero nadie contestó a sus llamadas. No había señales de que estuviera habitada. Sus ojos se fijaron cómo las paredes se recubrían con pequeños cristalitos  grabados en su interior. Cuando terminaron de inspeccionar del lugar se dirigieron hacía la ventana, por donde podían ver cómo las gotas se convertían en pequeñas bolas de cristal que chocaban contra el tejado, rebotando y cayendo al suelo, mezclándose con la tierra. 

            Los ocupantes de la casa del bosque no supieron el tiempo que duró la tormenta, los relojes se habían parado quedando suspendidos en el tiempo.

             De la misma forma que llegó, la tormenta se desvaneció. El sol salió de su escondite. La lluvia convertida en gotas de cristal había quedado prendida sobre el tejado y el suelo, desprendiendo brillantes colores al reflejarse el sol sobre ellas.

            En el interior de la vivienda se reanudaron los comentarios y tras comprobar que la lluvia había cesado salieron de la cabaña. Nada en el exterior denunciaba la tormenta. Parecía como si nada de aquello hubiera ocurrido.

            Tras unos minutos de desconcierto y vacilación decidieron tomar el camino de regreso al pueblo.  De vez en cuando volvían la cabeza para mirar lo que dejaban atrás. La casa se hacía cada vez más pequeña, hasta que desapareció de su vista.

            Empezaba anochecer cuando regresaron al pueblo. Durante la cena todos contaron lo sucedido en el bosque al dueño del hostal. Este les escuchaba en silencio. Al mismo tiempo  un hombre sentado en la mesa de al lado escuchaba con mucha atención lo que allí se decía y dirigía su miraba al dueño del establecimiento y este también le miraba. Los dos recordaban su salida al bosque, la cabaña cubierta de cristalitos de colores.

            A la mañana siguiente los excursionistas tomaron el autobús de regreso a la ciudad. Atrás quedaba el bosque y en medio de él la casa con las gotas de cristal y dentro de ellas los nombres de los que por allí pasaron.
 

Iris

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