El autobús giró por la estrecha calle que conducía
hacia el centro del pueblo. Una vez allí sus puertas se abrieron y los pasajeros
descendieron de él. En unos minutos la plaza se vio invadida por los
recién llegados ante la mirada curiosa
de los habitantes del lugar.
Un
grupo de los viajeros se dirigieron hasta el hostal situado en una calle
próxima. Allí pasarían la noche y por la
mañana siguiente emprenderían el camino hacía el bosque situado en las
proximidades del pueblo.
Nada
hacía presagiar a los recién llegados la tormenta que se desencadenaría horas
después en el bosque, atrapándoles en un torbellino de truenos y relámpagos…
Durante
la cena los excursionistas hablaron del recorrido que harían al día siguiente.
El dueño del establecimiento les había escuchado y acercándose a ellos les
indicó las diferentes rutas que podrían tomar para llegar al lugar que querían
visitar.
A la
mañana siguiente, con las primeras luces del día, los excursionistas iniciaron
la marcha. Sobre sus espaldas colgaban las mochilas cargadas con todo lo
necesario para pasar el día. No tardaron mucho tiempo en divisar el camino
arbolado que conducía al interior del bosque. Una vez allí, tomaron el sendero
marcado en el plano. Según iban avanzando por el camino el paisaje iba
cambiando, hasta que llegaron a un paraje donde se divisaba un pequeño lago de
aguas cristalinas. Estas acariciaban las largas ramas de los sauces que bajaban
a bañarse en ellas. Por un tiempo se detuvieron en su marcha para contemplar el
baile que producía el aire al balancear las alargadas hojas con las verdes
aguas del lago.
Después
prosiguieron su camino, bordeado ahora por árboles cuyas copas se abrazaban
cubriendo el espacio por donde los rayos del sol luchaban por colarse y llegar
hasta el suelo. De pronto el cielo se oscureció, las blancas nubes se fueron
agrupando amenazantes, el sol huyendo se cubrió la cara al tiempo que un trueno
seguido del rayo anunciaba la tormenta. En pocos segundos las nubes se
abrieron, dejando caer su pesada carga sobre el bosque.
Los
excursionistas corrieron para protegerse del aguacero que se les venía encima.
De pronto y sin saber cómo se encontraron frente a una cabaña y sin dudarlo un
instante corrieron hasta ella. Una vez dentro recorrieron su interior y
comprobaron que era más grande de lo que se veía desde el exterior. Llamaron
por si había alguien, pero nadie contestó a sus llamadas. No había señales de
que estuviera habitada. Sus ojos se fijaron cómo las paredes se recubrían con
pequeños cristalitos grabados en su
interior. Cuando terminaron de inspeccionar del lugar se dirigieron hacía la
ventana, por donde podían ver cómo las gotas se convertían en pequeñas bolas de
cristal que chocaban contra el tejado, rebotando y cayendo al suelo,
mezclándose con la tierra.
Los
ocupantes de la casa del bosque no supieron el tiempo que duró la tormenta, los
relojes se habían parado quedando suspendidos en el tiempo.
De la misma forma que llegó, la tormenta se
desvaneció. El sol salió de su escondite. La lluvia convertida en gotas de
cristal había quedado prendida sobre el tejado y el suelo, desprendiendo
brillantes colores al reflejarse el sol sobre ellas.
En el
interior de la vivienda se reanudaron los comentarios y tras comprobar que la
lluvia había cesado salieron de la cabaña. Nada en el exterior denunciaba la
tormenta. Parecía como si nada de aquello hubiera ocurrido.
Tras unos
minutos de desconcierto y vacilación decidieron tomar el camino de regreso al
pueblo. De vez en cuando volvían la
cabeza para mirar lo que dejaban atrás. La casa se hacía cada vez más pequeña,
hasta que desapareció de su vista.
Empezaba
anochecer cuando regresaron al pueblo. Durante la cena todos contaron lo
sucedido en el bosque al dueño del hostal. Este les escuchaba en silencio. Al
mismo tiempo un hombre sentado en la
mesa de al lado escuchaba con mucha atención lo que allí se decía y dirigía su miraba
al dueño del establecimiento y este también le miraba. Los dos recordaban su
salida al bosque, la cabaña cubierta de cristalitos de colores.
A la
mañana siguiente los excursionistas tomaron el autobús de regreso a la ciudad.
Atrás quedaba el bosque y en medio de él la casa con las gotas de cristal y
dentro de ellas los nombres de los que por allí pasaron.
Iris
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