Salió
el fisioterapeuta de la pequeña salita y pronunció mi nombre. Me invitó a
entrar, a que me quitara la ropa, quedándome con la ropa interior y que me
tumbara boca abajo en la mesa-cama habilitada para ello. Me tumbé, me relaje
como me indicaba y empezó a frotar suavemente, con sus manos aceitadas, por
toda la parte de la columna vertebral.
Laura llevaba ya veinte sesiones de
quimioterapia, para tratar de reducir el tumor que le habían detectado en la
mama izquierda. Al principio llevaba muy mal los ciclos. Su cuerpo reaccionaba
con malestares y angustias. Sus defensas bajaban a mínimos y tenía que tener
cuidado con no resfriarse ni coger enfermedades.
Con los dedos gordos de su mano empezaba
a marcar por donde discurrían los nervios que cruzan las vértebras hasta
encontrar las contracturas o nudos que se producían y que eran los que me
tenían dolorido y encogido hasta hacerme ir a visitarlo.
El oncólogo le había informado a mi hija
que estaban experimentando, ya en segunda fase, un nuevo medicamento menos
agresivo que la actual quimioterapia, con pacientes de cáncer de mama. Después
de sopesar el ofrecimiento, pensamos que en nada la podía perjudicar y, si era
efectivo, sería un beneficio para su mal.
Había encontrado ya alguna contractura y
se obstinaba en machacarla con su dedo, haciéndome sentir como si un fuego
corriera por mis nervios, que los iba quemando. Aguanté estoicamente el dolor,
porque con la experiencia, sabía que sin dolor no me quitarían las
contracturas.
La experiencia con el nuevo medicamento
ya se había terminado. No sabíamos si a Laura le había correspondido probar el
nuevo medicamento o le habían puesto un placebo inicuo para contrastar los
efectos entre los que lo tomaban y los que no. Fuimos a la consulta del oncólogo
y, una vez realizadas las pruebas pertinentes, nos anunció que el tumor apenas
se visualizaba en ellas.
Las cervicales estaban especialmente
contracturadas. El fisio me decía que parecían de madera de lo rígidas que
estaban. Se aplicó a fondo y me dejó el cuello desollado y ardiendo. Me indicó
que ese día y al siguiente me tomara un analgésico para el dolor, pero que
después notaría la mejoría.
Hoy terminan de ponerle los ciclos
normales para evitar que algún resto de células cancerígenas tuvieran que dar
lugar a una operación de limpieza. La esperanza y un asomo de felicidad se está
despertando en nosotros ante las buenas noticias que nos daban los médicos, que
todos sabemos que de no estar seguros, siempre te ponen el diagnóstico más
negro por si acaso.
Ha terminado el suplicio de los masajes, me visto
y, dolorido como estaba, me tocó pagar por el castigo. Pensé que somos un poco
masoquistas, al ir a que nos hagan sufrir y encima los pagamos. Bueno, a corto
plazo nos acordaremos para bien de haber ido.
Laura ya hace proyectos de futuro, una
vez que ve normalizada su vida, con sus hijos y su familia. Nosotros también
damos gracias a la ciencia por seguir investigando las enfermedades que sacuden
a la humanidad y que hacen que un acto tan sencillo como morir, tenga un cruel
camino hasta llegar a él o trunque una vida joven.
Rabo de lagartija