Recuerdo mi patio de infancia, era grande, entraba el Sol por todos sus vértices alertando que empezaba el día. Los pájaros que dormían en las acacias, nos despertaban con su algarabía entre las hojas; los padres nos decían que cantaban porque estaban de boda y por eso cantaban.
A lo largo de la mañana el Sol
empezaba a calentar y era la hora de
preparar la comida. ¡Qué comida!, estaba toda la mañana en ebullición, ¡qué olores salían de las cocinas!
También recuerdo como preparaban los
padres un cubo con el vino y la gaseosa para meterlo en el pozo y tenerlo
fresquito para la comida, eran las neveras que teníamos entonces.
¡¡ Después de comer, la siesta ¡¡
Por la tarde noche se estaba de
maravilla, el Sol poco a poco nos dejaba y la luna entraba en nuestras
vidas, participaba de nuestras
cenas (de tortilla de patata) y
charlas con los vecinos disfrutando
nuestras veladas al aire libre. No teníamos televisión, sólo el canto de los
grillos y algunos gatos que contentos saltaban de un tejado a otro, daban unos saltos que alguna vez movían la
veleta cambiándonos el curso del viento y otra vez a pensar de donde venia el
aire. Porque la veleta no paraba de girar.
A la hora de dormir, el sereno
cantaba por las calles y saludaba a los vecinos con un “¡buenas noches, a
descansar!” Ya era hora de acostarnos,
empezábamos a sacar de los dormitorios unas mantitas para dormir en el
patio viendo un cielo azul estrellado
precioso. Las primeras horas de sueño eran calurosas; pasada la media noche,
cuando empezaba a refrescar, nos pasábamos a dormir en nuestras camas antes que
el Sol otra vez nos despertase.
Virpana
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