Decía Richard Ford, viajero ingles que en el XIX recorrió toda España a caballo y diligencia, y que escribió una serie de libros al respecto y decía- que una de las características españolas desde Viriato, por lo menos, era la de tener pésimos: reyes, generales, caudillos, mandatarios eclesiásticos, gobernantes y jefes indignos de confianza, abusivos, déspotas, engreídos, soberbios, incompetentes y metepatas.
Ford celebraba que de vez en cuando, a este o al otro, sus subordinados los hubieran pasado por la armas tras revelarse contra ellos, pero lamentaba la tardanza, siempre lo hicieron tarde -aseguraba- cuando el dirigente había cometido ya todos los estropicios posibles. Lo llamativo es, que esta característica se mantenga al cabo de los siglos. Desde hace tres décadas los responsables son elegidos, ya no nos vienen impuestos como sucedió casi siempre en nuestra historia. Basta echar un vistazo a quienes mandan en los partidos que nos gobiernan, a las Comunidades y Ayuntamientos para comprobar que poco ha cambiado. La mayoría rivaliza en decir y hacer estupideces dañinas. No sabemos si los que tienen poder o podercillo, los que mandan algo en algún sitio están ahí colocados por inoperancia, o si bien todo el mundo se vuelve imbécil o inoperante al coger el mando.
Los jefes no son iguales en todos los países, según Javier Marías, (él escribe que para no tenerlos) y añade. Yo tuve dos, uno en Inglaterra, donde di clases. Y el inglés, era un tipo estupendo y eficaz, respetuoso, con sentido del humor. El español, en cambió, mientras fue subdirector y hacia de director, (lo dirigía todo en la práctica) fue un jefe estupendo, bastó que le nombraran director, para que actuara como una madre superiora, y se hiciera celoso de sus subordinados, hasta el punto de preferir que su departamento se deteriorara con tal de que ninguno destacara.
El jefe español, incluidos subjefes o jefes intermedios, cuando se levanta, no piensa en como sacar mejor rendimiento o hacer mejor la tarea sino, “soy el jefe a ver como lo hago para hacerme notar”. Por eso está mucho más pendiente de sus subalternos, que de su quehacer. Da órdenes arbitrarias y contradictorias, para pillarles en falta.
Al jefe español, le gusta perorar ante sus empleados, les hace perder tiempo y les abronca luego por los retrasos que él ha causado.
El ejemplo más nítido, los ministerios, cada nuevo inquilino despide a todos los cargos del anterior y deshace cuanto este hubiera emprendido, fuera acertado o no. El jefe español, es incapaz de limitarse a administrar, conservar y mejorar. No Sr: está lleno de peligrosas iniciativas y de ideas estúpidas, qué a menudo sólo anuncia -si puede a la prensa-, para luego no dar palo al agua.
Si, por ejemplo, mandan en un Ayuntamiento erigir un innecesario polígono industrial, deciden hacerlo junto a las ruinas de Numancia, por ejemplo y cargarse un paisaje bimilenario; o excavar túneles, o descatalogar los jardines de las vistillas, para que la iglesia construida en su lugar sea un mamotreto, o mandar en una diputación y edificar un aeropuerto al que no van a ir aviones, pero eso sí, pueden pasear las gentes del lugar.
A Ford no le faltaba razón: llegamos siempre tarde, como ahora mismo, que hemos pasado de ser la octava fortuna en 2009, a caer en los años 60 del siglo pasado en 2012.
Gracias a la política neoliberal de nuestros jefes más próximos. Esta descripción de los jefes, es exagerada, una caricatura. Lo malo es, que la realidad siempre deja pálida a la caricatura.
Quirón
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