Me convenía hablar y mirar desde
arriba.
Esa mayor elevación contrastaría mis
inferioridades.
Subí otras rocas con esfuerzo y
empeoró mi estado con la prisa.
Quería evitar su desconfianza por el
lugar solitario y la oscuridad,
no podía esperar ni un minuto. Pasaba
ella, decir algo,
iba yo a interrumpirla. Aparecí, tal
vez demasiado bruscamente a su mirada.
La mirada prescindía de mí.
Igual que si fuera invisible.
Casi inconsciente, sin recordar, le
hable en voz baja mesurada.
Volvía a hablar con una compostura
que sugería obscenidades.
Al final estuve ridículo, trémulo de
ira, a gritos le pedí insultos
pero que no siguiera en silencio.
La inmortalidad germinará en todas
las almas.
Más reciente muertos nos asomarán a
tanto bosque con reminiscencias
antiguas. Para formar un solo hombre
ya disgregados todos los elementos.
Sin dejar entrar extraño alguno,
habrá que tener el paciente deseo
de Isis reconstruyendo a Osiris.
La persistente e ínfima ansiedad con
las relaciones de Faustine.
Me preserva de atender a mi
destrucción un efecto inesperado, benéfico.
Mi férrea disciplina denota
incesantemente estas ideas
comprometedoras de la calma final…
QUIRÓN
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