sábado, 20 de enero de 2018

El hombre del año





        El calendario gregoriano es culpable de que hoy sea 31 de diciembre. Todo se debe al empeño de un calabrés anónimo del siglo XVI, cuya vida se disolvió en el aire.

        Se llamaba, parece, Luigi Lillio y nació, si nació, en 1510 en un pequeño puerto calabrés que entonces era Psycrón y ahora Ciró, justo en la suela de la bota. Pero no hay registro de su nacimiento. En esos años nadie tomaba nota de4 esas cosas. Se supone que a sus 20 años se fue a Nápoles para tratar de hacerse médico. Se supone que no lo consiguió. Se supone que de allí se fue a Roma, pero nadie sabe para qué. Y de llí, supuestamente, a Perugia donde parece que enseño medicina. Quizás tuvo algún hijo, quizás una mujer, un hombre, un perro fiel, quién sabe. Quizás lo entristecía la lluvia, quizás comía cochinillo en la cuaresma, quizás detestaba las exageraciones de Alighiri. Quizás imaginaba que el futuro le pertenecía. Se supone que en 1574 ya estaba muerto, pero tampoco es muy seguro.

        Su vida se disolvió en el aire como tantas, como la enorme mayoría. Alguna vez habría que tratar de calcular cuántos. De los 100.000 millones de hombres y mujeres que vivieron, mantienen algún recuerdo todavía. De la suya queda, pese a todo, algo. Para empezar, hay dos menciones: Esta carta que le mandó el 28 de enero de 1532 su paisano Giano Teseo Casopero, para decirle que en Nápoles no perdiera el tiempo y se concentrara en sus estudios. “Intenta descubrir algo nuevo, de manera que, con el favor de Mercurio, puedas ser tu propio patrón y vender a buen precio tu arte”. Y la carta que mandó el 25 de septiembre de 1552 el cardenal Cervini a un colega en Perugia para que le consiguiera un aumento al “messer Luigi Lillio”.

        Fuera de eso no sabemos nada. Si mera alto y rubio o bajito y dispéptico, si siempre tenía prisa, si le gustaba el vino. Y sin embargo, hoy vamos a beber como cosacos por su culpa.

        Porque el tiempo, en aquellos días, era un caos. El mundo occidental y cristiano se empeñaba en usar un calendario que llevaba 1500 años de problemas. Lo había impuesto Julio César en el 45 a.C., y había sido un gran logro, pero su desfase con respecto al ciclo solar hacía que el equinoccio de primavera ya cayera el 10 de marzo y siguiera avanzando en dirección a enero. El tiempo de los hombres no acordaba con el tiempo del cielo.

        La Iglesia de Roma lo sufría. Los días se le iban de las manos y no conseguían fijar bien las fechas de sus fiestas. El Vaticano necesitaba, entre otras cosas, volver a la tradición de celebrar la Pascua el primer domingo tras el plenilunio que seguía al equinoccio. Se imponía cambia el calendario y no era fácil. No sabemos cómo fue que el seños Lillio pensó que él podía hacerlo. Siempre hay, por suerte, personas que se creen que pueden hacer lo increíble. Lillio escribió un tratado donde explicaba el plan: Había que eliminar ciertos bisiestos y suprimir 10 días de un plumazo. Los bisiestos, por supuesto, no le importaron a nadie, pero los 10 días despertaron bruta resistencia. Los pobre romanos sospechaban una maniobra de sus caseros para robarles semana y media de alquiler.

        Al fin se hizo, pese a todo. El 5 de octubre de 1582 pasó a ser el 15 de octubre. Lillio ya estaba muerto cuando el señor Ugo Boncompagni, de quién sí sabemos bastante, impuso el calendario que él había diseñado, y al que puso su mismo nombre. Se había inventado uno – Gregorio XIII- porque era Papa, y los Papas hacen esas cosas. El calendario gregoriano es el culpable de que hoy sea 31 de diciembre, que esta noche nos parezca que todo se termina y todo empieza. Luigi Lillio, si es que existió, debe estar muerto de risa.


Quirón

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