Un zumbido intermitente sonó
en la obscuridad reinante de la habitación, despertando al durmiente que yacía
en la cama entregado al mundo de los sueños. Tras unos segundos de vacilación
el hombre se frotó los ojos para disipar los restos de las brumas del sueño que
aún quedaban en ellos, y así poder salir de la cama. Fue en ese momento cuando
sintió sobre su cuerpo el abrazo de las sabanas para no dejarle marchar.
Cuando
por fin se deshizo de sus opresoras, salió de la cama rápidamente con dirección
hacia la puerta. Una vez en el pasillo se extrañó de no encontrar levantados al
resto de la familia, pues todos coincidían a la misma hora antes de salir cada uno a sus distintas
ocupaciones.
El
dueño de la casa tras prepararse para salir a la calle, entro en la cocina y sus ojos se fijaron en
el calendario que tenía enfrente, fue entonces cuando se dió cuenta de lo que
había sucedido. Se había olvidado quitar la alarma del despertador y este fiel
a su mandato sonó aquella mañana del domingo.
Al
día siguiente lunes, entre sueños le llegaba una voz insistente, sacándole del
profundo sueño en que se encontraba. Abrió los ojos desconcertado. Allí estaba
él envuelto en las sabanas. Miró el reloj. Se había dormido. La noche anterior
se había olvidado en programar el despertador.
IRIS
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