Tengo
que madrugar más. A esta hora hay una cola en la pollería y en la pescadería
que me va a retrasar casi una hora. Llevo la lista de lo que tengo que comprar.
Una señora se acerca y pregunta: “¿Quién es la última?” Me reprimo para no
decirle una tontería y le respondo educadamente: “La ultima es usted, y va
detrás de mi”. También me podía haber puesto en plan gracioso y haber
respondido: “Servidora”. Algún día se darán cuenta que también vamos los
hombres a la compra.
He
dejado a Lucía en casa, sentada leyendo un libro. Hasta que no se recupere de
la rotura de fémur por caída, he asumido las tareas caseras. La verdad es que
no se da uno cuenta de la labor callada
y poco valorada que las amas de casa realizan para el buen funcionamiento de un
hogar. Lo que ella hace en un par de horas me lleva a mí toda la mañana y acabo
estresado, cansado y deprimido al pensar lo que me queda todavía hasta que
finalice la jornada.
Casi
me toca ya y la señora de delante le está pidiendo mil cosas al pollero: “Me
sacas las pechugas, una me la picas y la otra me haces filetes muy finos. Somos
muchos en casa. Los cuartos me los haces trocitos pequeños para que cundan. Las
alitas le quitas las puntas y les das un golpe. La carcasa me la echas para hacer caldo, junto con la
asadura y las patas me quitas las uñas. Por fin me toca y le pido lo que pone
en la lista.
Lucía
quiere hacer cosas en la casa pero no la dejo. Han dicho que apoye el pie en el
suelo lo menos posible, pero en cuanto salgo a la calle y vuelvo, me doy cuenta
que algo ha estado trajinando. Yo, afortunadamente, estoy jubilado del trabajo.
Lucía me pregunta que a ella cuando le toca jubilarse de sus quehaceres caseros
y disfruta de una pensión. Tiene razón, Debería estar legislado que se reconociera
su aportación a la vida familiar como un trabajo que, aunque no remunerado,
tenga derecho a pensión. Con ello se podría pagar a una asistenta y crearíamos
nuevos puestos de trabajo.
La
que va detrás de mi no aparece. Ha pedido la vez en los pollos, la pescadería y
en la charcutería. La he visto pasar corriendo varias veces y se para a
preguntar si ya le toca. Que estrés, Señor. Me voy a la pescadería y pido la
vez. Tengo cinco clientas por delante de mí. Una, que le quite las cabezas y
las espinas. Otra que le haga rodajas finas y la cola se la abra. Otra que le
saque los lomos y le deje la cabeza y la espina, que le gusta chuparla. Se hace
eterno hasta que te toca.
Nuestros
hijos vienen a vernos y tratan de ayudar un poco en los quehaceres y limpieza
de la casa. No pueden estar mucho rato porque tienen sus obligaciones en el
trabajo y en sus casas con la pareja y los hijos. Lucía se pone los galones de
sargento y mueve a toda la tropa empezando por el cabo, que soy yo. Quiere que
todo quede bien ordenado, limpio y reluciente, como ella suele dejarlo. Creo
que nos estorbamos unos a otros en las tareas. Yo no digo nada porque algo me
quitan y tengo un poco más de tiempo de relax.
He
completado las compras y me voy empujando mi carro hasta mi casa, Antes he
pasado por la farmacia para comprar unos medicamentos para Lucía. Según estaba
esperando he oído a mis espaldas. a alguien que preguntaba “¿Quién da la vez?”
Rabo
de lagartija