No he tenido un momento de respiro en todo el día.
Anhelaba con ansia este instante para evadirme de las presiones de la rutina
diaria. Siempre busco este lapsus para mantener un soliloquio, reflexionar y
tratar de sacar de mí todos los motivos que me producen inquietud y
desasosiego.
La
mañana se ha torcido cuando me he tropezado con el inquietante vecino de abajo,
que me ha echado una mirada como si le debiera algo y, en vez de darme los
buenos días, me ha soltado de sopetón: “Anoche tuvimos juerguecita hasta las
tantas”. Me mordí la lengua para no recordarle lo buen vecino que él era y le
contesté los más serenamente que pude con un “buenos días, siento que le haya
molestado que tuviéramos visita ayer sábado y que nuestro estado de felicidad y
de risas no coincidiera con su forma de ver la vida”. Bajé las escaleras y le
dejé con la palabra en la boca, para que no me salpicara el veneno que soltó
por ella. Siempre me han preocupado las relaciones con las personas de nuestro
entorno y, aunque sé que cada uno tenemos una visión distinta de cómo
desarrollar nuestra vida, siempre trato de buscar un punto en común que nos
una. Últimamente fallan las comunicaciones, tanto a nivel familiar como social.
El núcleo al que pertenecemos cada vez se achica más. Lo que piensen los demás
no es prioritario para nuestra existencia. Valoramos más otras necesidades
mundanas y materiales.
A la
hora de la comida, viendo las noticias en la televisión, como siempre, se me
quitó el gusto por lo que estaba comiendo. ¡Cómo hemos cambiado! Cualquier cosa
que hagamos tiene un detractor que busca el lado negativo de nuestros actos. Si
lo haces bien, por la envidia de no haberlo hecho él, y si te equivocas, porque
ya lo decía el mismo. Vivimos en un mundo que todo es “in”. Frente a la
comprensión, tenemos la in-tolerancia. Frente al progreso en la sociedad,
tenemos la in-quisición de las grandes religiones. Frente a los grandes
problemas económicos prevalece la in-solidaridad de las grandes potencias, la
in-suficiencia de los políticos, la in-transigencia de las entidades
financieras, crecen los in-deseables que crean tramas para defraudar y robar a
la sociedad y a las arcas públicas, y la cantidad de in-capaces, in-útiles e
in-eptos, para buscar soluciones a todos estos problemas. No es de extrañar que
ante estos acontecimientos afloren los in-dignados en el pueblo español.
Por
la tarde, me pasé por el mercado para comprar unas cosas para la cena. La mitad
de los puestos están cerrados, y la otra mitad mirando a la espera de que
lleguen clientes. Muy cerca del mercado hay un establecimiento de “100
montaditos”, que está a rebosar. Incluso en la calle, pasando frío, las mesas
están llenas. Están cambiando lo hábitos alimenticios de la sociedad moderna.
Proliferan los Burguer, los Pans & Company, los Telepizza, los chinos y,
sobre todo, la comida precocinada y congelada de los grandes comercios. Hasta
nuestros excrementos están notando el cambio. En las casas ya no se dedica ese
espacio de tiempo para preparar un alimento rico en toda clase de verduras,
hortalizas, carnes, pescados y toda clase de guisos que penetran con su olor
hasta el descansillo de las viviendas. Los niños han cambiado los bocadillos de
las meriendas por toda clase de bollos industriales. Las prisas y la falta de
tiempo dominan nuestras vidas.
Por
fin me empiezo a vaciar de todo lo improductivo que almaceno dentro de mis
entrañas y, que si no me esfuerzo en sacarlo, acabará con mi bienestar. Tiro de
la cadena, bajo la tapa, me aseo y voy en busca del beneficioso reposo nocturno
con mi cuerpo y mi espíritu reconfortado.
Rabo de lagartija
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