sábado, 20 de abril de 2013

Gaya, o "el becerro de oro"



Las cosas son importantes cuando las necesitamos, si no las necesitáramos, no serían importantes. Nuestros ancestros creían que tú eras el dueño de algo solo mientras lo necesitabas. Luego se lo pasabas a otra persona. En aquella forma de vida, todo tenía su uso y luego regresaba a la tierra. Ahora las cosas no regresan a la tierra.                     La contaminan.

Como buena madre Gaya, nos admitió en su seno como una opción redonda. Con un desarrollo sostenido, que sería manejar el consumo que tenemos de manera que las generaciones venideras puedan desarrollarse y vivir.

Antaño, cuando no había más revolución que la agricultura, el año se dividía en cuatro estaciones concretas: primavera, verano, otoño e invierno. El invierno era muy frío y nevaba a menudo. Los carámbanos colgaban de tejados y ventanas, se podía ver llover o tomar el sol, mas llegaba marzo y seguía el viento y la lluvia. El agua corría abundante por cunetas y torrenteras. No era hasta fin de mayo con la primavera, cuando la naturaleza se esponjaba y todo comenzaba a germinar, a florecer. Era como un carrusel de feria en alegría, color y vida nueva. Aparecían por doquier las crías de la naturaleza: eran caracoles, lagartijas, serpientes, eran pollos tras la mamá gallina, y los buches con sus madres o las ovejas con sus lechazos… Era el puro resurgimiento de la vida aletargada en tan largos inviernos.

La primavera, en un soplo pasaba para dar lugar a un verano, que se hacía duro en aquellos quehaceres de la siega y la parva. Deprisa, deprisa la recolecta porque a finales de agosto, “ frío en el rostro” y un aguacero mandaba al traste tanto trabajo y la supervivencia anual.

Metidos en el otoño la madre naturaleza se recogía sobre sí misma: los árboles se desnudaban, las plantas se marchitaban y todo era pardo o gris, salvo los ríos que se les sentía crecer y precipitarse sobre sus riveras, con las primeras lluvias.

Gaya se imponía en cada estación con mayor o menor rigor, pero siempre dentro de un orden. Pero pasó el tiempo y a Gaya, se la impuso “el becerro de oro”. Todos queríamos ser ricos. Algunos desalmados, querían todo el oro y para conseguirlo hicieron su pacto, prefiriendo ser de oro, porque con ello lo dominaban todo, lo esquilmaban todo, lo destruían todo. No les importaba que el mundo explotara bajo su explotación.

Que Gaya lleve años enfadada avisando, mandando mensajes terribles de sequía  desertización o el deshielo de los polos a una velocidad inimaginable, de cambio climático, de pavorosos tornados o Tsunami devastadores, ¿qué les importa eso, a los Midas de nuestro siglo?

Reunidos sus representantes, el G-20, los mandatarios imponen, dictaminan sus normas. Malas casi siempre para la madre tierra, y malas para los pobres y desposeídos que la habitan. Y, ¿siendo ellos de oro pueden sentir acaso lo que siente un parado, o una madre que no tiene más que sus manos para alimentar a sus hijos? ¡No! Estas esculturas, ni sienten, ni padecen ni defecan, para no soltar nada. Son estatuas que representan lo más retrogrado: el pensamiento único, una vida lineal como si quisieran hacerse infinitos en su poder inmisericorde.

Pero la tierra es redonda y siendo la vida circular, los excrementos sirven de abono a la tierra y ella a su vez nos los devuelve en forma de patatas y las mondas de estas se las comen las gallinas o los cerdos y las gallinas ponen huevos y a la mañana siguiente vuelta a empezar. Se respetaba a la naturaleza. No seamos posesos de poseer, de aparentar, de especular, de tirar, de pasar por encima de los demás. Siempre hubo pobres y ricos ¿pero?, si al “becerro de oro” no lo quería ni Moisés, siendo judío (hombre sabio) y todo un símbolo.

Mi mensaje a los miembros del G-20: Que osen, que se atrevan a desobedecer al becerro que les maneja a su antojo y para variar que miren a su alrededor y se fijen en los ojos de cualquier niño de los muchos que sufren las catástrofes del cambio climático, el hambre y la miseria. Si son capaces de ver su sufrimiento, entonces, quizás consigan recuperar su alma mortal y podremos salvar entre todos a la madre Gaya.
             
Quirón  

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