sábado, 1 de junio de 2019

El banco de la avenida





         Marcelo solía sentarse en un banco de la avenida cercana a su casa. Un enorme platanero proyectaba una sombra sin fisuras que hacía agradable la estancia en él. Desde allí contemplaba el devenir de las gentes del pueblo.

         Solía sentarse a su lado un viejecillo que no se cansaba de contarle lo que había hecho de joven, lo que había conseguido como autónomo y los caudales que había despilfarrado hasta su jubilación. Marcelo sabía que había cotizado a la Seguridad Social lo mínimo y ahora cobraba una pensión escasa. Las añoranzas del pasado eran su mayor alegría de vivir.

         Por allí pasaban toda clase de gentes. El banco estaba al lado de un paso de peatones que llevaba directamente a un gran parque que el ayuntamiento había construido en sus mejores épocas económicas. Personas con perros, jubilados que ocupaban los bancos a la sombra y se contaban mil batallas. Padres y madres con niños que jugaban en las áreas de columpios y toboganes. También tenía el parque un circuito para hacer ejercicios de correr, así como una zona de elementos gimnásticos donde jóvenes ponían sus músculos en forma mientras las chicas los admiraban.

         Justo enfrente del banco había una zona donde las rosas de todos los colores competían por ser las más hermosas. El parque tenía un estanque en el centro donde anidaban patos y se podían ver tortugas que la gente se cansaba de tener en casa y las llevaba allí. La vida transcurría dentro del parque.

         Marcelo, a una hora preestablecida, se daba una vuelta por el parque y se marchaba a su casa contento de observar que la vida transcurría plácidamente a su alrededor. Todos los días hacía la misma rutina que le ayudaba a no sentirse sólo. Qué sería de nosotros sin no existieran los parques.

Rabo de lagartija

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