Félix llevaba
una semana acomodándose a su nuevo estatus de huésped permanente en la
residencia de mayores. Lo observaba todo, analizaba las reacciones del resto de
residentes y cuales eran las normas y técnicas que aplicaba el centro.
Llevaba viudo
unos años y su dolencia de las vértebras lumbares le había llevado a depender
de una silla de ruedas para su movilidad. Sus hijos vivían sus vidas
independientes y él decidió, por voluntad propia, irse a una residencia donde
tendría cubiertas todas sus necesidades de vida.
Comprobó el
grado de dependencia que tenían sus compañeros y la calidad de vida que
tendrían hasta su baja definitiva. Había disminuidos físicos y mentales.
Matrimonios y personas solitarias. Observó la asiduidad de los familiares en
visitarlos, las actividades motrices y lúdicas que aplicaba el centro y el
grado de afecto que el personal daba a los residentes. Se analizó a sí mismo
para ver que posibilidades de desarrollar actividades en su estancia y se
prometió que no dejaría de estar activo mientras su cuerpo y mente se lo
permitieran.
Se hizo traer
un ordenador portátil desde el que escribía correos electrónicos a familiares y
amigos. También le gustaba la creatividad literaria de relatos, cuentos o
poesía. Se procuró materiales para el dibujo y pintura que ejerció en sus años
de actividad plena. Escuchaba y tarareaba canciones de todos los tiempos y,
sobre todo, dedicaba a la lectura de libros una parte de su tiempo.
Algunas
personas que fueron frecuentando su entorno se fueron interesando por las
actividades de Félix. Les fue introduciendo en realizar pequeños dibujos, se
retrataban entre ellos y se reían de los resultados. También hicieron pinitos
literarios que se leían en público para deleite de residentes, empleados y
familiares.
Debido a su
afición a la música, soñó con crear un coro que cantara canciones tradicionales
que harían recordar a los que perdían su memoria momentos de su niñez y
juventud. Transmitió la idea a varios contertulios y se pusieron manos a la
obra. Al principio aquello eran más risas que resultados. Ni la entonación, ni
la memorización de las letras ni la coordinación de las distintas voces hacían
que aquello pareciera un orfeón. Pero advirtió que el hecho de intentarlo hacía
despertar la actividad de sus compañeros y asomar en sus rostros, generalmente
abatidos y derrotados, esa chispa de alegrías olvidadas y a no sentirse
solitarios y marginados del resto de personas. Hay que agradecer a los
familiares que se unieron también a la nueva terapia con entusiasmo.
Llegó el día
que la residencia celebraba una fiesta para los residentes y familiares y
prepararon diversos eventos como exposiciones de pintura, lectura de relatos y
poesía, algún chiste que otro, concurso
de karaoke y como colofón, una actuación del coro “Voces de oro”.
La expectativa
de todos los asistentes quedó colmada al ver el esfuerzo de los componentes del
coro por efectuar una actuación digna y armónica, que acabó con un sonoro y
prolongado aplauso.
Félix durmió
poco esa noche dejando que sus sueños se desbordaran. Al final, el agotamiento
pudo con él y cerró sus ojos. La felicidad que su organismo había generado no
le dejó despertar más. En su funeral se leyeron epítetos hacia su persona y el
coro cantó el “Adiós con el corazón” en su memoria. La residencia retomó y
continuó la labor de Félix al darse cuenta de lo terapéutica que era para sus
residentes.
Rabo de lagartija