Se miró en el
espejo, como tantas veces, cogió mecánicamente el peine y se lo pasó por el
cabello, en un movimiento suave y elegante. Su mirada traspasó la imagen
superficial que se reflejaba y profundizó en su interior para que le contara
los momentos transcurridos en su vida.
Vio aquella
juventud esplendorosa, donde la vida le sonreía gracias al estatus social de
sus padres. No le faltaron profesores de canto, piano, danza o teatro, que le
inculcaron su pasión por la escena.
Aparecieron
también los ramos de flores, a cual más primoroso, que llenaban su camerino
después de cada función. Algún rostro conocido, que con galantería le traía un
obsequio valioso de joyería. ¡Una pequeñez sin importancia! Le decían al
entregárselo. Se probaba todas aquellas
“pequeñeces” frente al espejo.
También fue
testigo de abrazos y besos robados, de palabras de amor eterno, de galanteos y
requiebros, de súplicas de entrega a ellos, de ofrecimientos de una vida de
reina. Tuvo algún escarceo y alguna relación efímera con algún caballero. Nunca
se decidió a cambiar su vida de viajes, aplausos y reconocimientos por una
estabilidad dependiente de otra persona.
Todo ello,
como si de una película se tratase, se fue reflejando. Se convirtió en un mito
en el cénit de su vida. No se dio cuenta del declive que paulatinamente le fue
sobreviniendo con el paso de los años. Ahora lo veía en las secuencias
reflejadas. Su día a día no detectaba ningún cambio con el anterior. Creyó que
siempre estaría en la cúspide de la fama. La edad es muy traicionera y te va
restando partes de tu vida, poco a poco pero inexorablemente. Su vista, ya cansada, analizaba la decrepitud
que en el espejo se representaba. ¿Dónde quedaron sus rasgos de belleza? ¿Dónde
su mirada alegre que enamoraba a los pretendientes? ¿Dónde estaban todos sus
fans de antaño? Sólo en su recuerdo y en las imágenes que le traía el espejo.
Oyó pasos
detrás de ella y volvió la cabeza con ilusión. Debía ser un nuevo pretendiente
que le traía un hermoso presente para poder alcanzar su amor.
La auxiliar de
geriatría giró la silla de ruedas en la que estaba sentada y la empujó fuera de
la habitación. Era la hora de comer. Se fue cruzando con otros residentes.
Todos tenían esa mirada de derrota y extravío que refleja su pérdida de lucha
para mantener una vida digna.
Rabo de lagartija
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