Mis
recuerdos, un poco dormidos en el tiempo,
hoy se han despertado. Hemos
vuelto a dar un paseo por la
Casa de Campo, prácticamente
por las mismas veredas de hace años, y he visto pronunciadas mis pisadas
en un suelo árido, rodeado de frondosos
árboles formando semicírculos, y de pronto, en el centro una gran mancha de
agua, ¡es el Lago!, y al fondo diviso
todo Madrid. ¡Qué maravilla para mi vista una ciudad tan erguida y majestuosa!
En ese momento todos los recuerdos se recrean en mi mente.
En años anteriores iba con una
disposición de mujer joven, con una familia
que estaba formando con mi pareja. Íbamos sobre todo el uno de Mayo,
fiesta del trabajador. Allí nos juntábamos muchas familias, compartiendo comida e ilusiones futuras.
Llevábamos los brazos ocupados de
bolsas de comida y nevera, para pasar el día al aire libre. Era una gozada
comer la tortilla de patatas y los filetes empanados frente a ese Lago, donde se mecía el agua constantemente. Los chavales siempre
mirando a ver si venían los grupos de
patos que jugueteaban, mezclándose con las barquitas de recreo que alquilaban por horas, chapoteando la margen
del Lago.
Al atardecer, ya cansados de
tanto disfrute, tocaba recoger, no sin
antes comer algo de merienda. Siempre quedaban restos en la nevera, y si no
quedaba nada, estaba el recurrente pan con chocolate.
Y terminado el día de campo, a poner
el 600 en marcha y para casa, la ducha y a dormir felizmente.
Virpana
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