martes, 16 de junio de 2015

Mi ciudad




    Anoche tuve un sueño.

    Soñé que salía de mi casa y me recreaba mirando los jardines bien cuidados de mi barrio. Saludaba a Manuel, el barrendero que estaba recogiendo el polen de los árboles y limpiando algunas deposiciones de palomas en la acera. Poco más tenía que barrer pues la conciencia cívica mantenía la ciudad limpia. También los dueños de bares de la zona limpiaban su parte de acera para montar su terraza. Me acerqué hasta el parque de la Concordia, donde una amalgama de vecinos, niños, jóvenes, adultos y mayores, disfrutaban de las instalaciones que, bien mantenidas y cuidadas, tenían a su disposición.

    Subí por la calle de la Libertad hasta el barrio Multicultural donde vecinos de distintas etnias trabajaban en sus pequeños locales donde producían artesanía que, una vez a la semana, vendían en el mercadillo que se montaba en la plaza de la Convivencia. Daba gusto pasear por el barrio donde las personas se saludaban y se interesaban unos por otros. Por la calle Mayor te encontrabas con los concejales, que salían a preguntar a los vecinos cuales eran sus ilusiones, las mejoras que necesitaban y escuchaban las pocas quejas que el pueblo pudiera tener. El Ayuntamiento, junto a una mezquita, una sinagoga y una iglesia, formaba la plaza de Todos, donde los ciudadanos se reunían en fiestas, celebraciones y tertulias.

    Colegios públicos, centros de salud y hospitales, polideportivos, centros culturales, oficinas de información ciudadana y una amplitud de comercios conformaban la estructura de la ciudad. En el extrarradio, multitud de grandes empresas, fábricas, hipermercados y centros de ocio, formaban el tejido industrial y de servicios de la urbe. Se formaban largas colas para efectuar la aportación ciudadana para el mantenimiento del municipio el primer día que se abrían las ventanillas de cobro. Pocos vecinos esperaban al último día para contribuir al único impuesto local. Cada cual aportaba con arreglo a su economía.

    Me desperté con una sensación de felicidad y miré por la ventana para ver el parque, la plaza, las calles y el bullicio de mi ciudad y pensé que, aún sabiendo que había sido un sueño, tampoco era una utopía imposible de realizar y que algún día mis hijos o nietos vivirían en una ciudad como la que soñé.


Rabo de lagartija

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