Apuntes para una
biblioteca de escritoras españolas, bajo la óptica del varón.
Abarca (1404-1893)
y llenan dos particularidades comunes a la mayoría de estas mujeres, que
podrían ayudar como punto de partida para el examen de su labor: 1)- que casi
todas fueron autodidactas y 2)- que la satisfacción de leer tuvieron que
procurársela a hurtadillas como un lujo casi pecaminoso, si tenemos en cuenta
que para las mujeres todo lo que no fuera devoción o enseñanzas domésticas era nocivo y peligroso.
Hasta llegar al padre Feijoo, primer paladín
bienintencionado del sexo femenino.
Pedro Melan,
coetáneo de Teresa de Jesús,- dice- que en otros libros solo “desenvolturas y
bachillerías” pueden aprender.
Teresa de Jesús,
fue una de las escritoras más renovadora
de la lengua castellana. Declara- el deleite que le producían los libros de
caballería. Tanta era su afición que dejo escrito, “era tan en extremo lo que en esto me embebía que sin tener
libro, me parecía no tener contento-.
Emilia Pardo Bazán,
escribió, cierta bisabuela mía tuvo que aprender a escribir sola, copiando las
letras de un libro impreso.
María de Zoyas y
Sotomayor, precursora de la novela psicológica en sus “novelas amorosas y
ejemplares” llamadas el “Decamerón español”, que alcanzaron tantas ediciones como las obras
de Quevedo, o Cervantes.
Protesta María
veladamente, contra las dificultades que los hombres ponían a su instrucción y-
decía- Por tenernos sujetas desde que nacimos, vais enflaqueciendo nuestras
fuerzas con temores de honra, y el entendimiento con el recato de la vergüenza,
dándonos por espadas ruecas, por libros almohadillas.
Si en lugar de
almohadillas y bastidores nos dierais libros y preceptores fuéramos tan aptas
para los puestos como los hombres. De ella, “el porvenir engomado”.
Se deduce de lo
escrito por Serrano Sanz, que hasta bien entrado el s XIX las escritoras
españolas lo fueron a pulso y casi por milagro, por lo que no es extraño que se
sintieran como intrusas, y que su estilo denotase una cierta cortedad o
indecisión, (como una necesidad de
justificarse por haber metido la hoz en mies ajena). Se aprecia que la
trayectoria de sus vidas personales suele ser irrelevante y añadía, si se deja
aparte a Teresa de Jesús, que en todo fue extraordinaria.
Mateo Alemán _
describe según él, la exaltación
reprimida de las doncellas casaderas,” las ventaneras” a las que trata de
livianas-dice el tal Alemán, “oyen una canción referida a cualquier belleza y
siendo feas como topos, se creen Venus y se encienden como teas, lo cual es
desastroso para la virtud y el recato. No pongan la doncella, ni la viuda, su
blanco en la libertad. (Vaya pavo el tal Mateo).
Sor Juana Inés de
la cruz, escribía: hombres necios que acusáis /
a la mujer sin razón, / sin ver que sois la ocasión / de lo mismo que
culpáis…
Tres siglos más
tarde, seguían teniéndoselas que ingeniar para instruirse. Concepción Arenal,
se atrevió, disfrazada de hombre, a frecuentar las aulas universitarias. A finales s XIX decía- la mujer tiene ya
personalidad, tiene abierto el camino de los sentimientos y cerrados todos los
de la inteligencia. En sí no halla recursos para combatir la pasión, que es la
única forma en que concibe la vida, y solo la concibe así porque en las novelas
escritas por los hombres, solo se las enseñaba a concebirlas así en pleno s XIX, que es la época pasional por
excelencia.
Concepción Arenal, para romper esos modelos,
eligió el camino heroico de la reflexión y el estudio. Analiza el tedio
femenino como una enfermedad del entendimiento que no acomete más que a las
ociosas. La causa, estaba en el desconocimiento de la mujer real, en la
marginación a la que la condenan los modelos literarios: “queredlas cual las
hacéis o hacedlas cual las buscáis”. Dice lo mismo que Sor Juana Inés de la
cruz, que era clarividente.
Estaban deseosas de
identificarse con esas heroínas, y aborrecían las paredes de sus casas,
incomprendidas, con anhelos sin cauce. “el infinito malestar”.
Gertrudis Gómez de
Avellaneda, titula “mi mal” ateniéndose a los modelos propuestas por los
románticos. (Flaco favor les hicieron a las mujeres de carne y hueso, con sus
escritos sobre ellas).
Más de la mitad de
las novelas del s XIX, no dan otra opción al tedio femenino que el adulterio
del cual tenemos cantidad de ejemplos: Madam Bobary de Flaubert, Ana Ozores de
Clarín, o Ana Karenina de Tolstoi… crearon copias de la vida real porque las
mujeres no se resignaban al ocio.
En siglos
anteriores los moralistas, s XVI al XVIII, ya notaban con inquietud que las mujeres
encerradas se aburrían y se agriaban, pero ellos lo achacaban a la debilidad y
no a la condición de victimas en un mundo de hombres.
Fray Luis de León -decía-
son pusilánimes las mujeres de su cosecha, poco inclinadas a las cosas de
valor, si no las alimentan a ellas. Cuando son maltratadas, y tenidas en poco,
pierden el ánimo y se les caen las alas
del corazón.
Fray Antonio de
Guevara, en “epístolas familiares”-decía- guardaos de ser liviana, vana, y
ventanera, habladora y chacarera, porque con las damas de esta estofa,
huelganse los hombres en paveo de hablar y casar. (Pero bien que las buscaban fuera de casa, así).
Pedro de Luxón, .decía-
nadie se casaba sino con la hija del vecino, sabía si era ventanera,
salidera o desperdiciada.
Así las cosas, la ventana era un elemento
peligroso de transgresión para los conspicuos varones. Suponían que si una mujer se asomaba a la ventana, era
sólo como reclamo al hombre, para exhibir su imagen y encandilar al varón. Su
mente no les daba más de sí. No podía ser para tomar el aire o para ver lo que
había fuera.
La diferencia está
en el enfoque, la ventana como punto de partida.
Rosalía de Castro,
desde su ventana de Padrón, soñaba, viajaba y desde allí convertía en palabras
aquella marea de emociones que se desbordaban en su pecho a la vista del
paisaje. El afán de apresar el instante furtivo, de la niñez ventanera. A punto
de morir y hablando del corazón escribe pese a todos los combates. Fue corazón
de niña y de mujer a la vez.
“La forma de dejar
impresas las emociones, de describir
desde la cárcel del amor, surge tarada por el pudor a hablar de los propios
sentimientos que los carceleros les han venido inyectando desde tiempo
inmemorial, junto al menosprecio hacía sus capacidades intelectuales”.
Quirón
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