En un
país lejano había un pueblo donde todos los niños y mayores, eran muy felices.
Tanto que la alegría se contagiaba de unos a otros. Los mayores sentían Que sus
enseñanzas daban su fruto. Nadie se molestaba por nada. Se podía hacer y pensar
de una manera libre pero todos tenían algo en común, el respeto a ser
diferentes. Había en este pueblo un barrio donde la insatisfacción era constante.
“Todo el mundo parecía estar insatisfecho”, la alegría de vivir la habían
perdido y a diferencia del pueblo de la alegría todo el mundo estaba triste,
cansado y preocupado. La vida de los demás pesaba.
-¿Qué podemos hacer para ser como esa gente
que vive tan alegremente?-
-Nada,
decía uno, es imposible no sentir al que no tiene trabajo, al que le toca vivir
una enfermedad, al que se siente solo. Tantas y tantas contrariedades que nos
trae la vida. ¿Que podemos hacer? No
tenemos mucha esperanza de librarnos de esta tristeza.-
-¡Te
parecerá ingenuo pero yo he decidido que voy a ser feliz! Nada de lo que haya a mí alrededor va a
penetrar en mi alma. Tampoco me importará la opinión de nadie.-
-Eso no es felicidad. Yo diría que es una coraza donde resbalan todos los problemas- Tarde o temprano nos daremos de bruces con nuestra realidad. La clave no sé dónde estará, ¿Hacer todos los días algo para alguien que lo necesite, intentar satisfacernos sobre todo a nosotros mismos? Quizá la respuesta será tratar de convivir con aquello que nos ha tocado vivir, centrarnos sólo en el presente y entregarnos como si cada día fuera el último.
Helades
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