¡La noche de
los prodigios!, en la mente esponja de mi nieto Alejandro.
Su gran capacidad de asombro e ilusión. ¿Qué cosa tan esplendida fue
para mí? Que noche tan inolvidable pasé, persiguiendo encantos con Alejandro de
la mano.
Fue el sábado. Era por la tarde-noche, sobre las siete. Era de noche,
hacía frío, pero el niño con dos añitos salía tan contento de mí mano, y más
que se puso al ver árboles y fachadas
por doquier encendidos, llenos de luces de colores tintineantes, tiraba de mí
gritando ¡Mira yaya, luces, luces! E íbamos de acá para allá persiguiendo luces
donde las hubiera.
En la plaza del pueblo, un mercado medieval. Sólo podía mirar al niño,
en sus ojos se podían ver todas las maravillas del Universo. Cómo se encendía
todo él, entre tantas luces y maravillas, nuevas todas para él.
De mí mano y de puesto en puesto
y de portal en portal, encontramos uno,
con fuego en el suelo, al lado, unas grandes trébedes, Alejandro dijo,
apuntando con el dedo al fuego -pupa yaya-, y al mirarme sus ojos enormes
reflejaban todas las estrellas del cielo. Me tenía perpleja, le expliqué que era una sartén sobre las trébedes y asaban
castañas, y salió corriendo, -mamá, mamá-, a contarle a su madre lo del fuego y
las castañas,
En otro portal, el herrero con su
fuelle atizaba el fuego, y aquel crepitar de llamas y de chispas le mantenían
absorto, cada vez se acercaba más para contemplar cómo el hierro enrojecía. Mí
niño, parecía querer absorber tantos asombros. Nadie es capaz de demostrar
tantos anhelos como los niños pequeños. Y anoche el niño era una antorcha de
luz.
Volver a casa, entre casas iluminadas de colores, hizo que él y sobre
todo yo, con tal de verle así de
contento, nos adentráramos por calles adyacentes, buscando luces de colores, y vaya
si había luces, y cómo corría él para verlas mejor y más cerca. Mi hija nos mandó a Daniel, mí Dani, para que el peque y yo no nos
perdiéramos y conducirnos a casa. Cosa que hicimos cantando villancicos y medio
bailando.
A mí, mis nietos vida me dan, y años me quitan con su contacto. ¡Qué
gran noche la de aquel día!
Quirón