Hoy
es un día cualquiera en mi vida. No tiene nada de especial, uno más, y sin
embrago, algo me hace reaccionar;: El calor.
Todos mis intentos de actividad física
o al aire libre se truncan. Sólo escuchas en las noticias que no salgas a la calle
en horas de pleno sol, que te hidrates, que no hagas esfuerzos innecesarios,
que no hagas nada. Hay que hacer caso a la gente con sabiduría y conocimiento.
Tengo las persianas bajadas, la casa en penumbra y me
he rodeado de la pereza, la galbana, el aburrimiento y otros cuantos
sustantivos más. Orino a oscuras, leo a
media luz, me duelen las yemas de los dedos de trajinar con el móvil y el
ordenador, Sólo pienso en beber, en comer, en dormir y.. en nada más. ¡Qué
calor! La nevera bien servida de agua, refrescos, fruta del tiempo y helados.
Reconozco que dos o tres días de tanto relax, vienen
bien, pero más, es tedioso. En el invierno te arropas, te abrigas, pones la
calefacción, pero ahora, ¿qué más te puedes quitar? Andas por casa con la
mínima decencia, duermes en la sauna del dormitorio, dejas las tareas para otro
día y las noticias te informan que aún no ha llegado el verano.
Dicen que el calor del sol da vida a las especies de la Tierra. Las lagartijas están
como los turistas nórdicos, con hambre de sol. Igual que el que está cavando
una zanja en medio de la calle. Hay que beber mucho líquido, y hay quien cumple
a rajatabla la orden, y atropella a los pobres ciclistas.
A los políticos no hay quien los crea. Nos dicen que
bebamos agua y, por otro lado, que no la gastemos, porque los pantanos están al
mínimo. ¿Y ellos, qué beben, champán francés mientras cobran una comisión por
aquí y otra por allá?
Cuando se acaba el calor, estamos contentos: la vuelta
al trabajo, al colegio, a los días fríos y cortos, a la rutina bendita.
¡Qué país!
Rabo de lagartija
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