El cambio
climático es un hecho constatado. Llevamos varios años donde el invierno se
suaviza y el verano se alarga. Este año ha sido especialmente cálido y largo el
agobio de calor, especialmente en la zona Nordeste de España.
El extremo que
las altas temperaturas han alcanzado este otoño, ha sido nefasto para la
población. A algunos, la calentura les ha hecho imaginar quimeras
inalcanzables. A otros el agobio les ha tenido encerrado en sus casas.
El clímax de
la más alta temperatura se produjo el primero de octubre. Las autoridades
declararon el día de las tapas para que la gente saliera de sus casas y se
acercara a los distintos y numerosos locales donde degustar de sabrosos
discursos amenizados por las canciones de Lluis Llach. También tomaron parte
diversas charangas y bandas uniformadas que interpretaron distintas melodías.
Un día inolvidable.
Los que no
participaron ese día de la fiesta organizaron en días posteriores un festival
de canciones de Manolo Escobar que corearon multitudes por las diversas calles
de la ciudad, bajo un tórrido calor. Todos los participantes de ambos festejos
tenían en común un objetivo. Saciar su sed. Beber de las fuentes que les
aliviaran de sus inquietudes y les procuraran esa sensación de fresca felicidad,
aunque su duración fuera efímera.
Lo que con más
ansia deseaban es que llegaran las nubes que descargaran sensatez y cordura y
un aire que refrescara la solidaridad y la hermandad de todos los ciudadanos.
Que limpiara las calles de inciertos futuros y el campo diera buenos frutos de
convivencia pacífica llena de pluralidad de ideas que se compartieran entre
todos.
Todos esperan
con ansia el solsticio de invierno que ponga fin a rencillas, dimes y diretes y
tú más. Uno puede sentir el arraigo de su tierra, de su país, de su continente,
de su planeta y de todo el universo. Porque eso es lo que somos, gentes
universales.
Bendita
lluvia.
Rabo de lagartija