El Mariano se compró una burra grande y cómoda.
Tal era así, que el animal se pensaba mucho echar una pata tras la otra. Como
sería de pava, que el hombre se dormía encima de ella mientras iba a cualquier
pueblo, pero sobre todo a Cantalejo que estaba muy lejos. La
burra, era una especie de mecedora con un ton, ton incorporado. La burra le llevaba a donde él quería, no
crean que se equivocaba el animal, que no. Pero tenía un inconveniente, y no
era flaco para este hombre que pertenecía a la cofradía del puño cerrado.
Mientras él dormía sobre ella, la enorme burra
con su largo cuello, le comía la comida y él ni se enteraba hasta que no la
buscaba en el fondo del serón, a la hora del mediodía.
Se lo
hizo tantas veces, que una vez, estaba tan
furioso con la pobre burra que no solo la pegó, como cada vez que lo hacía,
sino que la desgarró la oreja de un mordisco, de lo furioso que estaba. Cuando
volvió, se lo contó muy enfadado a su familia, ellos le escuchaban con gesto
contrito, (no solo le comía la comida, es que le obligaba a comprar otra y
gastar dinero, ¡y en aquel tiempo, que todo era trueque! Pero cuando el Mariano se marchó todo enfadado, las
carcajadas de su mujer y sus hijos rompían el silencio que suele reinar en el
campo. Su mujer, siempre que le pasaba algo así decía: “no le está mal, no
quiere ir tranquilo y cómodo pues ahí tiene la comodidad. ¿Pero cómo se las
arreglará la burra, para comerse la comida sin tirar lo que lleva encima?,
decía ella muerta de risa, mientras los críos reían gozosos con ella.
Que le pasaran estas cosas a alguien tan
pluscuamperfecto, les producía cierto goce, porque como ya se sabe, él era muy
estricto y tacaño con los demás y no pasaba ni una, sobre todo a su mujer y a
su hijo mayor. Al final tuvo que vender la burra por que no ganaba para
disgustos, con ella.
Este
hombre estaba lleno de unas manías que no admitían discusión. Por ejemplo: para
salir a vender a los pueblos las verduras, no se las podía extraer de la tierra
la tarde anterior, por mucho que su
mujer tratara de convencerle, “Pero no ves que dejarlo para mañana es
tener que levantarnos a las 5 de la
madrugada”. Pues no Señor, tenía que ser
ese día. Así que les tocaba levantarse a todos a las cinco de la madrugada. Él
arrancaba las cebollas que creía mejores y las manitas de sus pequeños las
pelaban, mientras su mujer e hijo cortaban con las manos las porretas y las
unían de cinco en cinco con un junco. Idéntica faena con los repollos,
lechugas, etc.
Después de tal fregado, al que le tocaba viajar
y vender de puerta en puerta en Cantalejo, era generalmente a su mujer. Se
ponía en marcha antes de las 8 de la mañana con el ronzal en una mano y la varita de fresno en la otra, partía
después de darles las recomendaciones habituales: cuidado con la carretera,
portaros bien en la escuela, comeros todo lo que ponga la abuela María. No volvería hasta última hora de la tarde
después de recorrer los 40
kilómetros , más los que se pateaba por esa población
tan enorme y extendida al sol, sobre la meseta segoviana, como es Cantalejo.
Y cuando llegaba, le tocaba hacer la cena e irse a dormir porque a las 9 de la noche todo el mundo estaba en
la cama, no se podía gastar luz.
Que vida
tan durísima llevaron aquellas familias. Pero sobre todo, las madres de
familia, casadas con hombres que se creen pluscuamperfectos. ¡Un bravo por las
mujeres valerosas!
Quirón
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