Le quité el precinto de plexiglás y lo
examiné detenidamente. La carátula representaba un dibujo atrayente, que te
invitaba a profundizar en su interior. Leí la sinopsis de la trama y quedé
enganchado. Siempre que empiezo un libro, las primeras diez páginas me indican
en qué grado de adicción a su lectura voy a estar. También me gusta profundizar
en la pequeña biografía del autor/autora para conocer lo que le había empujado
a escribir novela.
Me aseo, me limpio bien las gafas, cojo
la bolsita que utilizo para transportar el tesoro por descubrir, y me pongo en
marcha hacia el parque de mi barrio. Busco el lugar idóneo, un banco con sombra
cerca de una fuente cuyo chorro de agua cristalina fluye hacia arriba, como
queriendo alcanzar el cielo, para caer mansamente en el estanque donde los
patos anidan. Me siento plácidamente a disfrutar de un rato de lectura.
Me abstraigo de todo lo que me rodea
aunque el parque tiene una vida intensa. Gente mayor, adultos, niños, grupos de
jóvenes, deportistas, mascotas, fauna y flora, conviven en un gran espacio,
rodeado de bloques de viviendas.
Comienzo como con prisa a absorber las
primeras páginas, y con el murmullo de fondo de la actividad del parque, mi
mente se introduce en la novela para vivir en primera persona su planteamiento,
nudo y desenlace.
Desde bien jovencito el afán de lectura
se despertó en mí. Seguramente fue mi padre el que me inculcó dicho afán. El
hombre gustaba de leer pequeñas novelas del autor de la época, Marcial Lafuente
Estefanía, cuyo tema eran los vaqueros y pistoleros del oeste. Me las leí
todas. También me aficioné a ir a la biblioteca pública para saciar mi hambre
de lectura, generalmente de aventuras.
Con la lectura de libros he enriquecido
mi vocabulario, la gramática, los tiempos verbales, la ortografía, la sintaxis
y en general, la cultura. A través de los relatos he viajado a lugares
desconocidos para mí, he buceado en la historia de pueblos, gentes y culturas
y, sobre todo, he tenido emociones, sensaciones e ilusiones, que en la vida
real no hubiera sentido.
Hoy en día se cuestiona el libro físico
frente a los ingenios electrónicos, donde puedes almacenar montones de obras
literarias e incluso, agrandar la letra. Reconozco que es un avance, pero
siento que con ello pierdes el contacto con su envoltorio. No sientes el
volumen y el peso de su contenido. Dejas sin sentido las estanterías donde
admirar la prestancia de un libro bien encuadernado y tienes una dependencia
cada vez mayor a los modernos artilugios que acaban esclavizándonos y
haciéndonos dependientes y adictos a ellos.
Si no sabes en qué ocupar tu tiempo
libre, si tus deseos de conocer otros países, otras culturas se frustran por tu
economía, si tus pasiones ocultas no puedes hacerlas realidad, cómprate un
libro o pídelo en préstamo a una biblioteca pública, y disfrútalo de principio
a fin.
Rabo
de lagartija
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