Anoche
tuve un sueño.
Soñé que
salía de mi casa y me recreaba mirando los jardines bien cuidados de mi barrio.
Saludaba a Manuel, el barrendero que estaba recogiendo el polen de los árboles
y limpiando algunas deposiciones de palomas en la acera. Poco más tenía que
barrer pues la conciencia cívica mantenía la ciudad limpia. También los dueños
de bares de la zona limpiaban su parte de acera para montar su terraza. Me
acerqué hasta el parque de la
Concordia, donde una amalgama de vecinos, niños, jóvenes,
adultos y mayores, disfrutaban de las instalaciones que, bien mantenidas y
cuidadas, tenían a su disposición.
Subí por
la calle de la Libertad
hasta el barrio Multicultural donde vecinos de distintas etnias trabajaban en
sus pequeños locales donde producían artesanía que, una vez a la semana,
vendían en el mercadillo que se montaba en la plaza de la Convivencia. Daba
gusto pasear por el barrio donde las personas se saludaban y se interesaban
unos por otros. Por la calle Mayor te encontrabas con los concejales, que
salían a preguntar a los vecinos cuales eran sus ilusiones, las mejoras que
necesitaban y escuchaban las pocas quejas que el pueblo pudiera tener. El
Ayuntamiento, junto a una mezquita, una sinagoga y una iglesia, formaba la
plaza de Todos, donde los ciudadanos se reunían en fiestas, celebraciones y
tertulias.
Colegios
públicos, centros de salud y hospitales, polideportivos, centros culturales,
oficinas de información ciudadana y una amplitud de comercios conformaban la
estructura de la ciudad. En el extrarradio, multitud de grandes empresas,
fábricas, hipermercados y centros de ocio, formaban el tejido industrial y de
servicios de la urbe. Se formaban largas colas para efectuar la aportación
ciudadana para el mantenimiento del municipio el primer día que se abrían las
ventanillas de cobro. Pocos vecinos esperaban al último día para contribuir al
único impuesto local. Cada cual aportaba con arreglo a su economía.
Me
desperté con una sensación de felicidad y miré por la ventana para ver el
parque, la plaza, las calles y el bullicio de mi ciudad y pensé que, aún
sabiendo que había sido un sueño, tampoco era una utopía imposible de realizar
y que algún día mis hijos o nietos vivirían en una ciudad como la que soñé.
Rabo de lagartija