sábado, 25 de mayo de 2013

Mi profesor preferido


           

           
         Nunca he tenido prejuicios a la hora de valorar a un profesor. Ni por la estatura, el sexo, la edad o por cómo se viste, he aumentado o disminuido mi valoración. Me importa mucho más lo que me pueda transmitir, la forma de hacerlo y sus valores humanos.

      He tenido bastantes profesores en mi vida: laicos, religiosos, de empresa, con carácter, sosos, extremeños o catalanes. De todos he aprendido algún conocimiento que me ha servido en la vida, en mi trabajo, en mi desarrollo personal y en el de la comunicación con otras personas. Algunos han tenido alguna influencia en la modelación de mi carácter. Otros, la verdad, no me acuerdo.

      ¿Qué idealización tengo sobre el profesor perfecto? Supongo que lo básico que cualquier persona pueda desear: Que aparte de tener buenos conocimientos sobre la materia, sepa transmitirlos. Que lo difícil te lo haga parecer fácil. Que lo aburrido y tedioso te lo presente como interesante. Que te implique en el aprendizaje con ilusión, como un reto divertido. Que te deje pensar y exponer tus ideas. Que tenga la capacidad de darte razones válidas en vez de imponer su criterio. Que no te compare con nadie y te valore por ti mismo, con tus limitaciones y capacidades.

      Que de vez en cuando rompa la rutina y prepare actividades lúdicas que tengan un componente pedagógico y otro festivo. Que se ponga a tu altura y se interese por conocer cuales son tus metas y tus desilusiones. Que trate de hacer la clase lo más participativa y agradable. Me pasa como con los curas de la iglesia. Que dependiendo quien celebre la misa, se me pasa más rápida y amena o me aburre solemnemente.

      Y, sobre todo, que te respete como ser humano, aunque ello no quite que, dado el esfuerzo que el profesor realiza para enseñarte conocimientos, nos exija el mismo respeto y atención que se merece.

      Por suerte, tengo muchos profesores, con nombre y apellido, que se ajustan a esta idealización, pero como creo que me olvidaría de alguno, proclamo a todos, en mayor o menor grado, culpables de ser lo que soy, referente a la cultura, educación y gustos literarios.

Rabo de lagartija 

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