Cuando
no conciliamos el sueño, nuestro comportamiento no es el correcto, ni actuamos
como lo hacemos de costumbre, porque el descanso lo necesitamos para reponer
las fuerzas que gastamos durante el día y si el sueño no llega, no hay
descanso.
Cuando
digo que el sueño puede costar la vida, es porque tengo una razón muy
importante para decirlo. Si después de hacer una comida nos ponemos al volante,
lo más fácil es que nos venga el sueño, y el sueño al volante es el peligro más
importante de la carretera, pues en pocos segundos nos podemos dejar la vida en
el asfalto, la propia y la de los que n os acompañen, siempre que no afecte a
otros vehículos que circulen próximos.
Hace
unos días el sueño me jugó una mala pasada. Lo que otras veces me rondaba unos
minutos y luego se pasaba, ese día no fue así, y durante unos cien metros me
quedé dormido. En una autovía, a 120 kilómetros por hora, la distancia que se
recorre en pocos segundos puede sotar la vida a varias personas, dependiendo
del resultado, algo que nunca se puede saber o adivinar. El susto fue tan
tremendo cuando desperté, que, aún estando en el carril adecuado y que la
persona que viajaba a mi lado no se percató del hecho, el sueño que momento
antes me atormentaba, desapareció como por encanto y durante el resto del
camino ya no apareció de nuevo.
Este
episodio en mi vida, nadie lo sabría si yo no lo contara, pero lo cuento para
que a nadie se le ocurra circular con sueño, pues en cualquier momento se pierde
el control y el resultado nunca se puede saber y me temo, por desgracia, que
muchas personas no lo pueden contar como lo estoy haciendo yo. Deseo que esto
sirva de ejemplo para todos los que conducimos y, conste que a mi espalda hay
más de 2 millones de kilómetros.
Si
el reloj nos marca la hora y no llegamos si paramos un poco, lo más probable es
que no lleguemos nunca, y eso ya no lo podremos contar. Por el contrario, media
hora no es más que eso, una espera, pero se llega.
Trotamundos