viernes, 4 de abril de 2014

Todo era posible



       “Queridos Reyes Magos: Tengo 7 años, me llamo Juan y tengo una familia estupenda. Mi papá está últimamente en casa todos los días. Quiere mucho a mi mamá, a mi hermanito pequeño, que llora mucho, y a mí. Salimos de paseo por las tarde y, lo que más me gusta es mirar escaparates, ver cosas, juguetes, cuentos, bicicletas. A través del cristal de los escaparates veo reflejados a papá y mamá y, como creen que no los veo, miran con caras tristes y de pena lo que hay dentro. Hace unos días me dijo mi papá que pronto nos mudaríamos de casa. Le pregunté por qué y me respondió que ésta ya no les gustaba y que nos íbamos a otra un poco más pequeña pero más bonita.

         Me gustan mucho los juguetes, los lápices de colores con los que pinto a mi familia y me gustaría tener una bicicleta como  mis compañeros de colegio. También me gustaría un balón de futbol y unos guantes de portero. Pero lo que más deseo es que mis papás sean felices y mi hermanito esté contento y no llore porque tiene hambre o se ha hecho pis y mamá no tiene pañales para cambiarle. Sé que vosotros veis todo y que sois muy buenos. Aunque no me trajerais juguetes, por favor traer la sonrisa a mi familia.

         Os quiero mucho aunque no os conozco y, aunque ya lo sabéis, mi casa está en la calle A, portal M, piso O, puerta R”

         Manolo sintió cómo una lágrima caía por su mejilla. Había aceptado el trabajo de paje del Rey Melchor, no porque lo necesitase, sino por su amor a los niños, ya que no había tenido ninguno en su matrimonio con Amparo. El gran almacén que le había contratado para recoger las cartas de los niños, quería que hiciera una estadística de los juguetes o peticiones que más solicitaban los niños y también que hiciera una selección de las cartas más originales o simpáticas. Ésta última le había afectado a su estado emocional. Comprendió que en casa del niño faltaba la comida, el trabajo y amenazaba un desahucio inminente. La puso aparte para enseñarla al director del hipermercado.

         Juan contaba los días que faltaban para la llegada de los Reyes Magos. En casa ya no podían disimular ante el niño las emociones tristes que embargaban a sus padres. La víspera del día 6 de enero fueron a ver la cabalgata del barrio y Juan se contagió de la alegría que embargaba a todos los niños y soñó despierto con lo que le iban a traer. Se acostó temprano y aunque los nervios y la ilusión hacían que su imaginación se mantuviera despierta, cayó rendido en un profundo sueño. Cuando sus ojos se abrieron y amaneció su consciencia, recordó inmediatamente el día que era. Se levantó de un salto y corrió hacia el salón medio a oscuras, Dio la luz y miró hacia su calcetín que colgaba por encima de la televisión. Un pequeño bulto se apreciaba en su interior. Metió la mano y sacó una hermosa bolsa llena de chuches y piruletas. Juan llamó a sus padres para enseñarles lo que le habían dejado los Reyes Magos y los encontró llorando en la cama, con su hermanito en brazos, que también rompió a llorar desconsoladamente.

         Sonó el timbre de la puerta varias veces. ¿Quién podría ser? Abrieron con recelo un poco y vieron a un señor bien vestido, cargado de paquetes con envoltorio de regalo y una amplia sonrisa que iluminaba su cara.

         “Buenos días, los señores de Buenaventura, supongo. Soy Manolo, vecino del bloque. Creo que los Reyes se han equivocado de piso, mira que es raro, y han dejado estos paquetes en mi casa. Yo vivo con mi mujer y no tenemos niños, por lo que nos ha extrañado mucho que nos dejaran todo esto. Luego hemos visto un sobre a nombre de la familia Buenaventura, y hemos comprendido que serían para Vds. Tengan, cójanlos y que les hagan muy felices los regalos.”

         Metieron todos los paquetes y como desesperados los fueron abriendo uno a uno. Cuadernos, toda clase de rotuladores, lápices y colorines, un precioso balón de fútbol y unos guantes de portero, paquetes de pañales y juguetes para bebé, camisas, pantalones, faldas, blusas, zapatos. Juan vio como sus padres lloraban y esta vez no era de tristeza sino de alegría. Pegado a uno de los paquetes estaba el sobre con nuestras señas. El papá de Juan, todo nervioso lo abrió y lo leyó con avidez. Según lo iba leyendo, unas lágrimas calientes de emoción caían por su cara.

         “Mamá, Juan, Es una carta de unos grandes almacenes en la que me ofrecen un puesto para rellenar y repartir pedidos. ¿Cómo habrán podido saber cuales eran nuestras necesidades y quién nos ha enviado todo esto?”

 La boca de Juan, despacio, poquito a poco, fue poniendo en marcha una infinidad de músculos que la mueven, hasta que dejó dibujada la sonrisa más feliz que un niño pueda expresar. Ay, si supieran de la carta que él escribió a los Reyes Magos. Supo que deseando una cosa con mucha fuerza y empeño, todo era posible.


Rabo de lagartija

No hay comentarios:

Publicar un comentario