“Queridos
Reyes Magos: Tengo 7 años, me llamo Juan y tengo una familia estupenda. Mi papá
está últimamente en casa todos los días. Quiere mucho a mi mamá, a mi hermanito
pequeño, que llora mucho, y a mí. Salimos de paseo por las tarde y, lo que más
me gusta es mirar escaparates, ver cosas, juguetes, cuentos, bicicletas. A
través del cristal de los escaparates veo reflejados a papá y mamá y, como
creen que no los veo, miran con caras tristes y de pena lo que hay dentro. Hace
unos días me dijo mi papá que pronto nos mudaríamos de casa. Le pregunté por
qué y me respondió que ésta ya no les gustaba y que nos íbamos a otra un poco
más pequeña pero más bonita.
Me gustan mucho los juguetes, los
lápices de colores con los que pinto a mi familia y me gustaría tener una
bicicleta como mis compañeros de
colegio. También me gustaría un balón de futbol y unos guantes de portero. Pero
lo que más deseo es que mis papás sean felices y mi hermanito esté contento y no
llore porque tiene hambre o se ha hecho pis y mamá no tiene pañales para
cambiarle. Sé que vosotros veis todo y que sois muy buenos. Aunque no me
trajerais juguetes, por favor traer la sonrisa a mi familia.
Os quiero mucho aunque no os conozco y,
aunque ya lo sabéis, mi casa está en la calle A, portal M, piso O, puerta R”
Manolo sintió cómo una lágrima caía por
su mejilla. Había aceptado el trabajo de paje del Rey Melchor, no porque lo
necesitase, sino por su amor a los niños, ya que no había tenido ninguno en su
matrimonio con Amparo. El gran almacén que le había contratado para recoger las
cartas de los niños, quería que hiciera una estadística de los juguetes o
peticiones que más solicitaban los niños y también que hiciera una selección de
las cartas más originales o simpáticas. Ésta última le había afectado a su
estado emocional. Comprendió que en casa del niño faltaba la comida, el trabajo
y amenazaba un desahucio inminente. La puso aparte para enseñarla al director
del hipermercado.
Juan contaba los días que faltaban para
la llegada de los Reyes Magos. En casa ya no podían disimular ante el niño las
emociones tristes que embargaban a sus padres. La víspera del día 6 de enero
fueron a ver la cabalgata del barrio y Juan se contagió de la alegría que
embargaba a todos los niños y soñó despierto con lo que le iban a traer. Se
acostó temprano y aunque los nervios y la ilusión hacían que su imaginación se
mantuviera despierta, cayó rendido en un profundo sueño. Cuando sus ojos se
abrieron y amaneció su consciencia, recordó inmediatamente el día que era. Se
levantó de un salto y corrió hacia el salón medio a oscuras, Dio la luz y miró
hacia su calcetín que colgaba por encima de la televisión. Un pequeño bulto se
apreciaba en su interior. Metió la mano y sacó una hermosa bolsa llena de
chuches y piruletas. Juan llamó a sus padres para enseñarles lo que le habían
dejado los Reyes Magos y los encontró llorando en la cama, con su hermanito en
brazos, que también rompió a llorar desconsoladamente.
Sonó el timbre de la puerta varias
veces. ¿Quién podría ser? Abrieron con recelo un poco y vieron a un señor bien
vestido, cargado de paquetes con envoltorio de regalo y una amplia sonrisa que
iluminaba su cara.
“Buenos días, los señores de
Buenaventura, supongo. Soy Manolo, vecino del bloque. Creo que los Reyes se han
equivocado de piso, mira que es raro, y han dejado estos paquetes en mi casa.
Yo vivo con mi mujer y no tenemos niños, por lo que nos ha extrañado mucho que
nos dejaran todo esto. Luego hemos visto un sobre a nombre de la familia
Buenaventura, y hemos comprendido que serían para Vds. Tengan, cójanlos y que
les hagan muy felices los regalos.”
Metieron todos los paquetes y como
desesperados los fueron abriendo uno a uno. Cuadernos, toda clase de
rotuladores, lápices y colorines, un precioso balón de fútbol y unos guantes de
portero, paquetes de pañales y juguetes para bebé, camisas, pantalones, faldas,
blusas, zapatos. Juan vio como sus padres lloraban y esta vez no era de
tristeza sino de alegría. Pegado a uno de los paquetes estaba el sobre con
nuestras señas. El papá de Juan, todo nervioso lo abrió y lo leyó con avidez.
Según lo iba leyendo, unas lágrimas calientes de emoción caían por su cara.
“Mamá, Juan, Es una carta de unos grandes
almacenes en la que me ofrecen un puesto para rellenar y repartir pedidos.
¿Cómo habrán podido saber cuales eran nuestras necesidades y quién nos ha
enviado todo esto?”
La boca de
Juan, despacio, poquito a poco, fue poniendo en marcha una infinidad de
músculos que la mueven, hasta que dejó dibujada la sonrisa más feliz que un
niño pueda expresar. Ay, si supieran de la carta que él escribió a los Reyes
Magos. Supo que deseando una cosa con mucha fuerza y empeño, todo era posible.
Rabo de lagartija
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