Manuel salió con las primeras luces
de la mañana. Con paso rápido se dirigió hasta donde tenía aparcado el
coche. La noche anterior recibió la
llamada telefónica de Manuela en la que le comunicaba que el estado de salud
del abuelo había empeorado. Después de colgar el auricular el hombre se dirigió
al salón donde se encontraba la familia y les informó de lo que le había contado
el ama, también le dijo que al día siguiente emprendería viaje para ver el estado en que se encontraba el
abuelo.
Al llegar al vehículo abrió la
puerta, tomó asiento y emprendió el
viaje. Durante el camino su mente se llenó con los recuerdos de los momentos vividos con el
anciano. Recordó también los veranos que
había pasado en la finca y la forma sencilla con la que el abuelo le enseñó
cómo se llevaban a cabo las labores del campo que rodeaban la casona. Recordó los días de primavera en que el abuelo y él
montados en la bicicleta recorrían los caminos
hasta las tierras donde crecían los trigales y una vez allí se paraban a contemplar la
siembra que se mecía y bailaba con el viento, creando la imagen de olas verdes
de un mar en calma que invitaba a sumergirse en ellas. Después de un tiempo
emprendían el regreso a casa. Durante el camino el abuelo le explicaba el
lenguaje secreto de las nubes en el cielo, de las plantas del camino, de los
trinos de pájaros, en definitiva, el lenguaje de la naturaleza.
El coche seguía su marcha hasta que
llegó al cruce que tenía que tomar para llegar a la granja. Tomó el desvío y se encaminó por la estrecha carretera
sombreada por los árboles que la circundaban hasta la casa del abuelo.
Manuel iba pensando en lo que le iba
a decir al abuelo de su presencia en la
casona. También debía pensar en la respuesta que debía dar a las preguntas que
le haría el hombre, sabía que éste no se dejaría engañar, por lo tanto había
que buscar un motivo que no levantara sospecha y tras unos minutos de
cavilaciones le vino la idea. Le diría al abuelo que la primavera había llegado
de nuevo, que las siembras verdeaban en los campos, que los trinos de los
pájaros llenaban los aires del campo y él estaba allí para llevarle como cuando
era niño a ver el lenguaje de la naturaleza, eso sí, ahora no irían montados en
bicicleta sino en coche.
Al caer la tarde el coche llegó hasta
la casona, su ocupante salió del vehículo y se encaminó a la entrada, una vez
allí llamó a la puerta.
I R I S