Llevamos
varias noches despertándonos con los chillidos de las ratas. Se han apoderado
del patio de luces de la finca. Los vecinos tienen la buena costumbre de
reciclar allí la basura a través de las ventanas, creando un ambiente festivo
para los roedores. El insomnio nos lleva a reflexionar sobre los malos momentos
familiares que estamos pasando. Estamos al borde de la quiebra, ya que el paro
no nos da para mucho, y hemos dejado de pagar dos mensualidades del alquiler,
por lo que en cualquier momento nos echarán a la calle. Para colmo, nos toca
este mes uno de nuestros ascendientes, que carece de pensión. Si por lo menos
se callaran los odiosos bichos y pudiéramos dormir tranquilos.
Hemos
tomado una decisión. En la reunión de vecinos se ha acordado efectuar una
cacería para acabar con esta plaga. El sábado por la tarde accederemos al patio
con toda clase de utensilios, e incluso armas, y haremos una ofensiva
coordinada, ya que el Ayuntamiento se desentiende de nuestras peticiones de
desratización de la zona. Nos han cortado la luz por falta de pago y el casero
no quiere arreglar este tema mientras que no le paguemos. El abuelo tiene una
tos preocupante y lo hemos llevado a urgencias donde nos han puesto mil pegas
al no tener cartilla. Finalmente lo han atendido por caridad.
Somos
unos veinte, armados de escobas, palos, y algunas escopetas de perdigones.
Saltamos por la ventana de nuestra cocina y nos reunimos en el centro del
patio. Desde allí nos vamos abriendo en abanico y vamos golpeando el suelo
tratando de arrinconar a las ratas. Empiezan a salir de debajo de cajas,
papeles u otros objetos sobrantes de la comunidad. Corren dando agudos
chillidos buscando un cobijo seguro. Empiezan a sonar algunos perdigonazos. Al
tenerlas medio arrinconadas, se revuelven enseñando sus afilados dientes. Se
forma un cuerpo a cuerpo donde arrecian escobazos, patadas y algún que otro
intento de mordisco. Nos hemos pertrechado con botas altas y un par de
pantalones gruesos. Anoche se acabaron las medicinas que le dieron al abuelo en
el hospital y hoy no ha tomado ninguna. Nos han escrito del paro informándonos
que se nos acaba la prórroga.
Las
ratas que van quedando enloquecen. Saltan y corren hacia todas partes. Se han
atrincherado debajo de unos hierros y chapas de un rincón, donde es difícil
hacerlas salir sin exponernos a sus mordeduras. Optamos por traer unos cuantos
cartones y papeles y prenderlos fuego, echándolos sobre los hierros. Estamos
preparados como cazadores en un coto, esperando el paso de las piezas. El humo
las empieza a rodear y vamos escuchando un coro creciente de chillidos. Parece
como si se estuvieran atacando entre ellas mismas. De repente, la estampida.
Salen disparadas hacia todos los lados a la vez. Nadie da la voz de “fuego”
pero aquello parece un fusilamiento. A la vez, se levantan al unísono las
escobas y palos y caen demoledoras sobre esos bultos en movimiento. La batalla
ha terminado. Los cuerpos de los perdedores siembran el patio y nos vamos
satisfechos a nuestras casas, a seguir reciclando basura. Desde entonces no
hemos vuelto a escuchar los chillidos a media noche. El lunes nos llamaron para
un trabajo casi definitivo, con buenas promesas de futuro.
Hace
dos meses que hicimos la cacería. La tranquilidad ha vuelto al patio vecinal.
Durante el día se escuchan los comadreos entre ventanas y algunas voces fuera
de tono en algún hogar. El abuelo está atendido por otro familiar y nos hemos
puesto al corriente con nuestras deudas. Nuestro trabajo, aunque no es la
panacea que nos contaron y nos dejamos la piel todos los días en él, cubre
nuestras necesidades.
Esta
noche, nos han despertado de nuevo los chillidos de las ratas.
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