martes, 4 de marzo de 2014

Las ratas





         Llevamos varias noches despertándonos con los chillidos de las ratas. Se han apoderado del patio de luces de la finca. Los vecinos tienen la buena costumbre de reciclar allí la basura a través de las ventanas, creando un ambiente festivo para los roedores. El insomnio nos lleva a reflexionar sobre los malos momentos familiares que estamos pasando. Estamos al borde de la quiebra, ya que el paro no nos da para mucho, y hemos dejado de pagar dos mensualidades del alquiler, por lo que en cualquier momento nos echarán a la calle. Para colmo, nos toca este mes uno de nuestros ascendientes, que carece de pensión. Si por lo menos se callaran los odiosos bichos y pudiéramos dormir tranquilos.

         Hemos tomado una decisión. En la reunión de vecinos se ha acordado efectuar una cacería para acabar con esta plaga. El sábado por la tarde accederemos al patio con toda clase de utensilios, e incluso armas, y haremos una ofensiva coordinada, ya que el Ayuntamiento se desentiende de nuestras peticiones de desratización de la zona. Nos han cortado la luz por falta de pago y el casero no quiere arreglar este tema mientras que no le paguemos. El abuelo tiene una tos preocupante y lo hemos llevado a urgencias donde nos han puesto mil pegas al no tener cartilla. Finalmente lo han atendido por caridad.

         Somos unos veinte, armados de escobas, palos, y algunas escopetas de perdigones. Saltamos por la ventana de nuestra cocina y nos reunimos en el centro del patio. Desde allí nos vamos abriendo en abanico y vamos golpeando el suelo tratando de arrinconar a las ratas. Empiezan a salir de debajo de cajas, papeles u otros objetos sobrantes de la comunidad. Corren dando agudos chillidos buscando un cobijo seguro. Empiezan a sonar algunos perdigonazos. Al tenerlas medio arrinconadas, se revuelven enseñando sus afilados dientes. Se forma un cuerpo a cuerpo donde arrecian escobazos, patadas y algún que otro intento de mordisco. Nos hemos pertrechado con botas altas y un par de pantalones gruesos. Anoche se acabaron las medicinas que le dieron al abuelo en el hospital y hoy no ha tomado ninguna. Nos han escrito del paro informándonos que se nos acaba la prórroga.

         Las ratas que van quedando enloquecen. Saltan y corren hacia todas partes. Se han atrincherado debajo de unos hierros y chapas de un rincón, donde es difícil hacerlas salir sin exponernos a sus mordeduras. Optamos por traer unos cuantos cartones y papeles y prenderlos fuego, echándolos sobre los hierros. Estamos preparados como cazadores en un coto, esperando el paso de las piezas. El humo las empieza a rodear y vamos escuchando un coro creciente de chillidos. Parece como si se estuvieran atacando entre ellas mismas. De repente, la estampida. Salen disparadas hacia todos los lados a la vez. Nadie da la voz de “fuego” pero aquello parece un fusilamiento. A la vez, se levantan al unísono las escobas y palos y caen demoledoras sobre esos bultos en movimiento. La batalla ha terminado. Los cuerpos de los perdedores siembran el patio y nos vamos satisfechos a nuestras casas, a seguir reciclando basura. Desde entonces no hemos vuelto a escuchar los chillidos a media noche. El lunes nos llamaron para un trabajo casi definitivo, con buenas promesas de futuro.

         Hace dos meses que hicimos la cacería. La tranquilidad ha vuelto al patio vecinal. Durante el día se escuchan los comadreos entre ventanas y algunas voces fuera de tono en algún hogar. El abuelo está atendido por otro familiar y nos hemos puesto al corriente con nuestras deudas. Nuestro trabajo, aunque no es la panacea que nos contaron y nos dejamos la piel todos los días en él, cubre nuestras necesidades.

         Esta noche, nos han despertado de nuevo los chillidos de las ratas.


                                               Rabo de lagartija

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