martes, 14 de enero de 2014

Mentras dormía


Yo vivía en un pueblo que no conocía, pero que me sentía muy cómodo y feliz con todos los seres que en él vivían,

Las calles eran anchas, largas, blancas y muy limpias, limpísimas.

Los animales de compañía, al salir a la calle, se dirigían a un lugar para hacer sus necesidades y no molestar a nadie.

Los medios de locomoción no tenían bocina, no despedían humo ni hacían ruido, y los medios particulares de comunicación, se inflaban como los globos y luego se desinflaban para dejarlos en un pequeño espacio a la puerta de la casa de cada vecino. Nadie los tocaba, que felicidad.

Las carreteras eran de hierba verde y duraban mucho tiempo porque los coches no le causaban daño alguno y, además, se llegaba a los lugares en un espacio de tiempo muy corto.

La ciudad era muy grande. Las casas estaban separadas una de otras, lo justo para no oír las conversaciones, y así el sueño era muy duradero, y las personas se sentían más amables.



En las calles, todas las personas se saludaban, todos se conocían, hablaban unos con otros, comentaban sus inquietudes y sus deseos y, a la hora de llevar los niños al colegio, todo era orden y sonrisas.

El pueblo vivía en democracia, y elegían a sus gobernantes. Pero nadie quería ser gobernante. ¿Y sabéis por qué?, porque no cobraban nada. Y es aquí donde ocurrió lo peor, que me desperté.

Trotamundos



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