En
aquel lugar había vida, se nacía y se moría. La vida era monótona: comer,
cazar, dormir, engendrar y enterrar a los que morían. Lo más normal era no
saber quién era el padre de la criatura, ya que todos y todas se
relacionaban para la supervivencia. Más
de la mitad de los nacidos nacían malformados por culpa de los genes.
Fueron pasando los
años y la ciencia logró grandes avances y, en el día de hoy, que los medios
tecnológicos conocen las malformaciones de los fetos en el vientre de la madre
y, si hay hallazgos de causas graves para la criatura, queda la opción de no llevar adelante el
embarazo, para que esa criatura no sea un infeliz si llegara a nacer.
Esa
opción, lo más natural es que la tome la madre. Meditar, reflexionar todo
cuanto conlleva la vida diaria, teniendo en cuenta lo duro que es vivir cada
día, en un estado físico en plenas facultades.
El
tema es muy fuerte, muy difícil, y lo peor de todo es opinar sobre la voluntad
de otras personas.
Trotamundos