Es curioso, mientras el viernes caminaba
por el barrio norte, al otro lado de la vía, donde se vive despejado de coches
y viandantes, allí desde donde se ve majestuosa la sierra madrileña: cerca del
cementerio, la Universidad
Rey Juan Carlos II, el hospital…El viento helado del norte
empujaba con tal intensidad las nubes negras y preñadas de lluvia. A tal velocidad en dirección este que era
todo un espectáculo, ver con qué facilidad aquellas nubes que venían negras
plomizas de la sierra, se deshacían
tornándose en blancas, y enormes manchas
blancas de algodón que desaparecían dejándonos ver el sol radiante.
De pronto me paró un gran ruido de graznidos que resonaba sobre mi
cabeza. La levanté mirando al cielo y
buscando el motivo de semejante estruendo, pero no se veía nada. Y mientras el ruido crecía, y crecía.
Tuve que girarme y buscar escudriñando al cielo, de donde procedía el estruendo
hasta descubrir, muy altos, altísimos, como una nube negra. Eran centenares de aves grandes que formando
avanzadilla en forma de uve cruzaban raudos y se alejaban en la misma dirección
que el viento y las nubes camino del Mediterráneo.
A
la primera gran avanzadilla, le siguieron muchas tandas más. Cuando pasaban, un
grupo se paraba para seguir graznando. Y cuando se acercaba otro grupo enorme,
los que esperaban se iban en aquella formación. Esta era la forma para que
ningún individuo del grupo se quedara solo, Fueron cientos y cientos o quizá
miles de aves que marchaban en formación perfectamente lógica, para que ninguna
de ellas se despistara de la marcha. Y,
pensé allí quieta mirándolos, ¿Qué gran instinto tienen para conseguir
esa formación, y la precisión con que las aves
ejecutaban su viaje? O ¿es algo
más? No sé, pero aquello duró 20 minutos y yo no podía echar a andar, ni dejaba
de mirar semejante espectáculo. Nunca visto por mí antes. Las migraciones de
las aves las hemos visto todos, pero en grupos pequeños y no tan pequeños. Pero
aquello era una enormidad de aves grandes, y las que graznaban eran solo el
grupo que esperaba a la expedición siguiente, las demás volaban en silencio.
Aquello me sorprendió mucho, también me
alegró el corazón aquella coreografía que las aves ejecutaron sobre el cielo, ya totalmente
despejado de nubes, donde el sol era el
dueño de la situación. Yo baje de las
nubes y emprendí mi camino, ligera de corazón y de piernas.
Pensando…volveré a contemplar algo así.
Quirón
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