miércoles, 11 de diciembre de 2019

Aves emigrando





Es curioso, mientras el viernes caminaba por el barrio norte, al otro lado de la vía, donde se vive despejado de coches y viandantes, allí desde donde se ve majestuosa la sierra madrileña: cerca del cementerio, la Universidad Rey Juan Carlos II, el hospital…El viento helado del norte empujaba con tal intensidad las nubes negras y preñadas de lluvia.  A tal velocidad en dirección este que era todo un espectáculo, ver con qué facilidad aquellas nubes que venían negras plomizas  de la sierra, se deshacían tornándose en blancas, y enormes  manchas blancas de algodón que desaparecían dejándonos ver el sol radiante.

De pronto me paró un gran ruido  de graznidos que resonaba sobre mi cabeza.  La levanté mirando al cielo y buscando el motivo de semejante estruendo, pero no se veía  nada. Y mientras el ruido crecía, y crecía. Tuve que girarme y buscar escudriñando al cielo, de donde procedía el estruendo hasta descubrir, muy altos, altísimos, como una nube negra. Eran  centenares de aves grandes que formando avanzadilla en forma de uve cruzaban raudos y se alejaban en la misma dirección que el viento y las nubes camino del Mediterráneo.

 A la primera gran avanzadilla, le siguieron muchas tandas más. Cuando pasaban, un grupo se paraba para seguir graznando. Y cuando se acercaba otro grupo enorme, los que esperaban se iban en aquella formación. Esta era la forma para que ningún individuo del grupo se quedara solo, Fueron cientos y cientos o quizá miles de aves que marchaban en formación perfectamente lógica, para que ninguna de ellas se despistara de la marcha. Y,   pensé allí quieta mirándolos, ¿Qué gran instinto tienen para conseguir esa formación, y la precisión con que las aves  ejecutaban  su viaje? O ¿es algo más? No sé, pero aquello duró 20 minutos y yo no podía echar a andar, ni dejaba de mirar semejante espectáculo. Nunca visto por mí antes. Las migraciones de las aves las hemos visto todos, pero en grupos pequeños y no tan pequeños. Pero aquello era una enormidad de aves grandes, y las que graznaban eran solo el grupo que esperaba a la expedición siguiente, las demás volaban en silencio.

Aquello me sorprendió mucho, también me alegró el corazón aquella coreografía que las aves  ejecutaron sobre el cielo, ya totalmente despejado de nubes, donde el  sol era el dueño de la situación.  Yo baje de las nubes y emprendí  mi camino,  ligera de corazón y de piernas.

 Pensando…volveré a contemplar algo así.


Quirón

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